Escribí mi primera colaboración para esta revista en 1993, más precisamente en el Nº 25. La consigna era hacer, cada mes, una nota distinta, con una temática amplia y variada, relacionada con el mundo de la construcción pero también con el de la ciencia, el arte, vida de personajes e historias singulares.
Aquella primera nota se refirió al físico Albert Einstein, un personaje que sigue cautivando a todas las generaciones, un genio en toda su dimensión, el hombre que desde los números logró explicar cómo funciona el universo.
Desde entonces, cada mes, hubo un tema para esa sección que bautizamos “Al borde la línea”, para dar una idea de ser un espacio distinto dentro de la revista, transgresor si se quiere, al abordar temas a veces incluso ajenos a la temática de la misma.
Recuerdo aquellos comienzos, con Ricardo Kloster y Juan Cerna, propietarios-fundadores, en un pequeño local, con una primitiva computadora y un elemental programa que permitía escribir los textos con más velocidad y posibilidades de corrección que la vieja Olivetti. Los llamados por teléfono desde una línea fija tratando de contactar a profesionales, empresarios, gente del rubro para pactar una nota, para promocionar la revista y entusiasmar a que muestren sus productos, sus obras, sus ideas.
No existía internet, no había celulares, no había fotografía digital. Todo se hacía de manera artesanal, revelando fotos, aprendiendo a titular una nota, a diagramar la revista, a respetar los tiempos del cierre. La última semana de cada mes se trabajaba 24 horas, corrigiendo, terminando de agregar los precios a la extensa lista de productos, esperando el visto bueno para alguna publicidad, contrarreloj para llevar el material a la imprenta.
Al poco tiempo sumé más participación en la editorial, tomando a cargo la redacción de las páginas que llamábamos Noti-Nove, donde, en principio, se armaba una suerte de agenda con todas las actividades locales y de la región. La sección fue poco a poco creciendo y mutando hasta empezar a contener noticias del mundo de la arquitectura, la ingeniería y la construcción, era entonces “la 6-11”, por la cantidad de páginas que ocupaba. Las notas se “rastreaban” en los diarios que llegaban a la redacción, en algunas pocas revistas especializadas. No había portales web, ni manera alguna de acceder a diarios y revistas del mundo. Pero siempre la sección se completaba y muchas veces hasta quedaban notas sin publicar.
Cada mes el mismo trabajo, la misma rutina, el mismo esfuerzo. Porque los mismos dueños eran parte de todo: escribían, editaban, cerraban contratos de publicidad, armaban los pliegos, los llevaban a la imprenta. Un esfuerzo que, visto a la distancia y con las herramientas actuales, muchas veces cuesta creer que se llevara adelante.
Han pasado casi 30 años desde aquella, mi primera colaboración. Y aquí estamos. Ahora con modalidad mixta, home office, contactos constantes por mensajes de textos y llamadas al celular, con fotografías y noticias accesibles desde todo el planeta. La tecnología ha cambiado y ha ayudado a que la revista se materialice con más simplicidad. Pero hay algo que sigue intacto. La presencia constante de quienes la hacen, el trabajo artesanal en buscar generar el mejor producto, el entusiasmo, la perseverancia frente a una economía que incluyó corralitos, hiperinflación, diez tipos de dólares, cambios de monedas, cinco presidentes en un mes, inflación, incertidumbre.
Por eso este número 300 es un poco más que un ejemplar más. Es un número redondo y que emociona. Qué invita a estas modestas reflexiones y repasar parte del camino transitado y saber que ese camino sigue, y que espera ansioso ser recorrido.