Julio 2021 - Año XXXI
Al borde de la línea

Noroeste: un espacio ferroviario que conmueve y maravilla

por Ing. Mario Minervino @mrminervino1

“Pienso en los días y en las noches de Brahma; en los períodos cuyo inmóvil reloj es una pirámide, muy lentamente desgastada por el ala de un pájaro, que cada mil y un años la roza”. De El Tiempo Circular, Jorge Luis Borges.

La serie Peaky Blinders, entre las más vistas de Netflix, muestra la vida de una familia que hace del juego, la violencia y las malas artes su forma de vida. Ambientada a fines del siglo XIX, uno de los aportes adicionales de cada capítulo es el ambiente en que se desarrolla, que muestra en toda su magnitud la primera época de la revolución industrial inglesa a través del ambiente de trabajo que genera la aparición de la máquina y el surgimiento de una arquitectura, completamente novedosa, que resuelve a partir del hierro y del ladrillo los edificios que atienden las demandas de la producción. Esa arquitectura ladrillera, industrial y utilitaria, despojada de cualquier tinte de estilos del pasado, será rechazada y cuestionada por los arquitectos de la época, formados en la Escuela de Bellas Artes de París y adherentes al historicismo, pero con el tiempo conformará el lenguaje que entenderán los arquitectos del movimiento moderno en su búsqueda de encontrar un estilo que reflejara con claridad al mundo de la máquina.

A mediados del siglo XX comenzó una primera revalorización de esas obras, a partir de la arqueología industrial que tempranamente identificará los restos físicos de ese patrimonio industrial, que se comienzan a entender como bienes culturales que merecen una política de protección.

A fines de la década de 1970, el Comité Internacional para la conservación del patrimonio industrial estableció que eran obras de valor histórico, tecnológico, social, arquitectónico y científico. Poco tiempo después, en una evolución de los preceptos patrimoniales, se entiende que esa arquitectura industrial tiene íntima relación con una arquitectura del trabajo y marca un interés social, entendiendo a cada edificio como una memoria del trabajo, de su organización y de sus modos de producción. Desde ese lugar, la arquitectura industrial pasa a tener una dimensión humana, social y de identidad.

Ya en el siglo XXI, es valorada y reconocida como parte trascendental en la historia de la arquitectura. Algo que ya había percibido el arquitecto Walter Gropius, fundador de la escuela Bauhaus y maestro del movimiento moderno, cuando en 1909 dio una charla en Alemania y mostró fábricas, silos y elevadores como ejemplo de donde residía la arquitectura de los nuevos tiempos.

Bahía Blanca, la pisada industrial

Pocas ciudades de nuestro país poseen un legado industrial y ferroviario inglés de la calidad y variedad que ofrece Bahía Blanca. La explicación es simple: se trata de una ciudad portuaria que permitía la salida de todos los productos que generaba la llanura pampeana, materia prima esencial para el desarrollo de la industria inglesa.

Eso llevó a que tres grandes empresas con sede en Londres se instalaran en nuestra ciudad, con su ferrocarril y sus terminales portuarias, a partir de lo cual generaron toda una infraestructura edilicia de apoyo para ese funcionamiento, desde estaciones y galpones, pasando por usinas, elevadores, silos, mercados, talleres y viviendas.

La primera empresa fue la del Ferrocarril del Sud (FS), que llegó con sus rieles en 1884 y habilitó el puerto de Ingeniero White un año después. En 1891 fue el turno del Bahía Blanca al Noroeste (BBNO) y en 1905 llegó el Buenos Aires al Pacífico (BAP).

Precisamente esas dos últimas dejaron un legado arquitectónico de altísima relevancia, declarado en 2014 Monumento histórico nacional, en el área comprendida entre calles Undiano y Juan Molina, con bordes en los ejes Chile-Sixto Laspiur y Brickman-Malvinas.

Una esquina

Donado y Brickman. En esa esquina de Bahía Blanca, con la mirada hacia la avenida Colón, se puede tomar contacto con ese legado del patrimonio industrial. Allí aparece a la vista el rítmico juego de los bloques que forman el denominado barrio Inglés, en su momento también conocido como New Liverpool, y el maravilloso edificio ladrillero de la ex Usina Eléctrica –hoy devenido en depósito de la empresa EDES S.A. Entre ambos dan cuenta de un paisaje urbano propio de las ciudades inglesas.

No hay que olvidar que la revolución industrial inglesa generó en nuestro país un fenómeno de transculturación, por el cual resolvieron sus edificios siguiendo idénticos lineamientos que la arquitectura ya tenía desarrollada en ese país. No sólo el diseño de los edificios eran elaborados por ingenieros ingleses, sino que también los materiales, salvo quizá el agua y la arena, eran traídos desde Inglaterra.

El barrio inglés fue construido entre 1906 y 1908, ocupando dos cuadras de calle Brickman. Está compuesto por 13 bloques con 4 viviendas por cada uno, conjugando calidad de diseño y materiales, “con elementos de la tradición funcional y las soluciones tipificadas del sistema ferroviario, plasmando un conjunto residencial de identidad ferroviaria, con muros de ladrillo visto, ventanas de madera a guillotina, cubiertas con faldones de pizarras a cuatro aguas, desagües de hierro fundido y fustes de chimeneas de ladrillos”, según detalla la ley que lo declaró monumento nacional.

La obra se comenzó en 1906. “Ayer se colocaron los primeros cimientos, vale decir, la piedra fundamental, del hermoso conjunto de palacetes proyectado por el progresista directorio del BAP, en la sección denominada Barrio del Noroeste, que constituirá uno de los rincones más pintorescos de Bahía Blanca”, mencionó un diario local.

Cada departamento tiene 60 metros cuadrados, organizados en cocina con despensa, comedor y sala, todos en una tira tipo casa chorizo. Los accesos a las plantas altas se realiza por escaleras exteriores y los baños se ubicaban fuera de cada vivienda.

El conjunto constituye un testimonio de “garden town” o barrio ajardinado con la aplicación de los avances de la revolución industrial a la arquitectura doméstica. Llamado por sus primeros moradores como “colonias ferroviarias”. Las viviendas siguen en uso, lo cual en parte permite que se conserven en regular estado. Sin embargo, no hay un criterio claro de protección del conjunto, con lo cual se han registrados intervenciones inconvenientes y perjudiciales.

Si bien existen otros barrios ferroviarios en el país –Rosario, Mechita, Remedios de Escalada—, ninguno tiene la calidad del construido en Bahía Blanca.

La usina

En Brickman y Donado se encuentran las dos naves adosadas de la que fuera la usina eléctrica, construida en 1906. Edificio ladrillero, techos a dos aguas y con algunas de sus molduras revocadas, como un toque de prestigio a un edificio donde se generaba la electricidad. Además de alimentar a los galpones y talleres que el ferrocarril poseía en el lugar, generaba el suministro eléctrico para el alumbrado público y las viviendas particulares, ya que la empresa tenía la concesión de ese servicio.

Con el tiempo ha resignado su hermosa chimenea ladrillera, se advierten decenas de vidrios rotos y una completa imposibilidad de acceso.

El Mercado

Otra de las magníficas obras del sector son los galpones del ex Mercado Victoria, cuyos primeros edificios datan de 1896. La normativa que los declaró monumento nacional menciona sus características. “El mercado llegó a totalizar —con sus ampliaciones— 35 mil m2, y constituyó un gran centro de acopio de frutos, lanas, cereales y cueros, servido por 20 desvíos ferroviarios con capacidad para 600 vagones. La organización de sus galpones es lineal, existen cuatro grupos paralelos a las ya desaparecidas vías férreas, entre los cuales se ubican calles que facilitaban la circulación. Son todos galpones ladrilleros, con cubiertas de chapa y vidrio y estructuras de hierro para la carga y descarga de la mercadería”.

Los galpones son de planta libre, con un lateral abierto a las vías, cubiertas de chapa sostenidas por cabreadas de hierro y madera y columnas de hierro a la vista. Sus pisos son de cemento, algunos terminados con asfalto y otros con un tratamiento térmico para asegurar las condiciones apropiadas para el secado de las frutas.

El Mercado dejó de operar en la década de 1980 y desde entonces mantiene una curiosa situación de estar “en liquidación”, en manos del estado nacional. Algunos de sus galpones están ocupados por empresas particulares y otros se encuentran en completo abandono, vandalizados en parte y sin ningún tipo de cuidado o mantenimiento.

La estación

Curiosamente, la estación Bahía Blanca del Noroeste, en Sixto Laspiur al 300, estación de paso, es de una modestia llamativa. Pequeña, prefabricada con estructura de madera y revestimiento de chapa, no da cuenta de la importancia que tenía la empresa.

Desde el punto de vista arquitectónico es una verdadera joya en su estilo, similar a las viviendas que pueden verse en Ingeniero White, propias de los espacios portuarios.

Para entender realmente el poderío de la empresa puede verse el proyecto dado a conocer a principios del siglo XX que, se dijo, reemplazaría a la estación de chapa. Si bien nunca se concretó, da cuenta de su verdadero poder.

La estación está hoy sin ningún uso, se mantiene en regular estado pero la zona del andén está ocupada, sin que se pueda acceder al sitio.

Los galpones del Noroeste

Existe finalmente un solitario galpón que fuera de Montaje, sobre calle Blandengues, derruido, sin la mitad de sus cabreadas, descubierto, que da cuenta de la inmensa riqueza que tuvo ese sector.

Escondidos detrás de un extenso murallón de ladrillo de dos metros de altura, entre la avenida Colón y Juan Molina, estaban los galpones del Noroeste, donde el ferrocarril concentraba las actividades relacionadas con su funcionamiento, operatividad y mantenimiento. Desde talleres hasta tornerías, pasando por el taller de máquinas, la reparación de los vagones y todas las actividades propias de esta industria. Hay que considerar que en 1924 el Ferrocarril del Sud adquirió todos los bienes del Bahía Blanca al Noroeste, empresa que ya en 1905 había sido absorbida por el Buenos Aires al Pacífico.

Los galpones del Noroeste, como todos los bienes ferroviarios, fueron estatizados en 1948 y dejaron de funcionar en la década de 1980. A partir de entonces sufrieron un devastador vandalismo. Cuando a principios de este siglo la municipalidad de Bahía Blanca tomó cartas en el asunto, aún sin ser de su incumbencia, debió demoler la mayoría de las instalaciones por el riesgo que conformaban su estado.

Junto con esa intervención se demolió parte de los muros que cerraban y escondían esta verdadera ciudad industrial y los vecinos comenzaron a ocuparse de las tierras, conformando poco a poco un parque que hoy es realmente un valioso y concurrido espacio verde.

Epílogo

Completando las obras enunciadas, pueden sumarse dos galpones con frentes sobre calle Chile –construidos para el acopio de mercadería llegada de las provincias de Cuyo—, el puente Colón –maravillosa obra de hierro y ladrillo inaugurada en 1910—, algunas casillas de señales y varios elementos propios del paisaje ferroviario.

Todo el conjunto es de altísimo valor histórico y cultural. Su puesta en valor, cuidado y reuso sería el destino lógico en cualquier ciudad europea o norteamericana. Acá se lo mira de reojo, se lo sabe en manos de organismos nacionales que cambian de nombre cada año que asisten con una injusta indiferencia y desconocimiento a su paulatino deterioro.


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