El aire es imprescindible para la vida. Una persona puede sobrevivir un mes sin comer, alrededor de tres días sin beber, pero solo unos pocos minutos sin respirar. En promedio, inhalamos un poco más de 10 metros cúbicos de aire por día y, con cada inspiración, no solo incorporamos el indispensable oxígeno sino también otros elementos tales como polvo, humo, productos químicos, microorganismos y una gran variedad de partículas y contaminantes que flotan en el mismo.
La Agencia de Protección Ambiental de los EE.UU. (EPA) calificó a los contaminantes del aire interior, con excepción del radón, como el tercero más alto entre 30 riesgos ambientales, incluidas las exposiciones ocupacionales a sustancias químicas.
Habitualmente se cree que los problemas de salud relacionados con la calidad del aire interior comenzó en las oficinas de la década de 1970 cuando, en pleno auge de la crisis del petróleo, se impulsaron diversas estrategias para reducir los costos energéticos: restricción de las salidas al exterior para renovación en los sistemas de aire acondicionado, hermeticidad de las aberturas, entre otros. Pero la realidad es que, desde hace siglos, se conoce el estrecho vínculo que existe entre la calidad del aire y el bienestar.
Hoy en día, después de un año de padecer la pandemia de COVID-19, ya todos sabemos que la transmisión aérea de microorganismos –los denominados “bioaerosoles”– pueden causar serios problemas de salud, especialmente en espacios cerrados con mucha gente y poca ventilación. Pero también existe una gran variedad de componentes químicos, junto con sustancias en suspensión, a los que tenemos que prestarles atención para contar con una buena calidad del aire interior.
Temperatura | Trabajos sedentarios: 17 - 27ºC | Trabajos ligeros: 14-25ºC |
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Humedad relativa | Locales en general: 30-70% | Locales con riesgo de electricidad estática: 50-70% |
Velocidad del aire | Trabajos en ambientes no calurosos: 0,25 m/s | Trabajos en ambientes calurosos: - Sedentarios: 0,5 m/s - No sedentarios: 0,75 m/s |
El origen de la baja calidad del aire interior en las oficinas lo encontramos mayormente en los ambientes herméticamente cerrados y con poco aporte de corriente exterior. Dado que pasamos aproximadamente el 90% del tiempo dentro de espacios construidos, la exposición por inhalación a los contaminantes internos puede provocar una variedad de problemas de salud.
Algunos de estos contaminantes pueden estar constituidos por partículas, material biológico, componentes orgánicos volátiles (COV), sustancias químicas en el aire, radón, etc. Entre los productos que saben producir emisiones se incluyen materiales tan variados como los utilizados en muebles, revestimientos de pisos, placas de techo, pinturas, adhesivos, selladores y también materiales usados en los sistemas de ventilación, aislantes acústicos, térmicos o de incendios. Aquellos que se utilizan en mayor cantidad o que tienen tasas de emisión más elevadas representan aún más peligro. Pero también pueden darse muestras de amoníaco, compuestos metálicos e, incluso, fibras.
Un estudio de la EPA identificó una serie de posibles fuentes de contaminación del aire presentes en las actividades diarias de las personas: materiales comunes que están en casi todos los lugares de trabajo y que pueden causar una exposición elevada a químicos tóxicos (se encontró que cada material puede emitir entre 10 a 100 compuestos orgánicos volátiles).
Además, está presente el riesgo de los contaminantes biológicos. Muchos virus respiratorios se transmiten de persona a persona, especialmente en espacios cerrados con mucha gente y ventilación inadecuada. Toser, reír y estornudar pueden descargar al aire decenas de miles de gotitas llenas de virus capaces de propagar enfermedades tales como el actual coronavirus que produce el COVID-19.
De acuerdo con el World Green Building Council (movimiento de construcción ecológica), los edificios desempeñan un papel crucial en la minimización de la trasferencia viral de COVID-19. De hecho, un estudio reciente sugiere que mejorar la ventilación –y, por ende, la calidad del aire interior– reduce la transmisión del virus de la influenza por aerosoles, una estrategia relativamente simple que podría ser tan eficaz como vacunar al 50-60% de la población. En este sentido, la Organización Mundial de la Salud también recomienda la implementación de una filtración de alta calidad, con lo que se lograría reducir el riesgo de infecciones entre un 31 y un 47%.
A diferencia de los virus, las bacterias y los hongos pueden proliferar en los materiales de construcción si hay humedad suficiente, especialmente en los sistemas mecánicos de tratamiento del aire. Las condiciones que permiten un crecimiento excesivo consiguen originar riesgos importantes para la salud de las personas.
Los síntomas de exposición a los contaminantes del aire interior pueden incluir desde dolores de cabeza, garganta seca, irritación de los ojos o secreción nasal, hasta ataques de asma, infecciones víricas y bacterianas, intoxicación por monóxido de carbono y cáncer, entre otras. También se ha observado un aumento del riesgo de eventos cardiovasculares tales como trombosis, arritmias, vasoconstricción arterial aguda, respuestas inflamatorias sistémicas y la aparición crónica de la aterosclerosis.
En 1982 la Organización Mundial de la Salud reconoció la existencia del denominado Síndrome del Edificio Enfermo (SEE), definido así cuando más del 20% de los ocupantes de una propiedad registran síntomas de incomodidad sin que se pueda diagnosticar clínicamente una enfermedad, pues el malestar desaparece cuando los afectados abandonan el inmueble.
Es en los años ‘70 cuando se comienza a hablar de esta patología y aparecen los primeros estudios que mencionan un aumento de síntomas particulares en trabajadores de ciertos edificios y oficinas, tales como comezón de ojos, nariz y garganta, dificultad para concentrarse y pensar con claridad, dolor de cabeza, fatiga, letargo e irritación de la piel y erupciones, así como malestar general.
Esta sintomatología es más frecuente en ocupantes de construcciones herméticas y con sistemas de ventilación centralizada. De hecho, un informe del Comité de la Organización Mundial de la Salud de 1984 sugirió que hasta el 30% de los edificios nuevos y remodelados en todo el mundo pueden ser objeto de quejas excesivas relacionadas con la calidad del aire interior.
El SEE aqueja especialmente a aquellos individuos sensibles a determinados compuestos químicos, aun a niveles extremadamente bajos. La exposición a cualquiera de estas sustancias da comienzo a una reacción en cadena que expande el espectro de preparados a los que el individuo es sensible. El exponerse prolongadamente a concentraciones muy bajas de contaminantes mezclados tiene como efecto sinérgico el SEE.
De todo lo dicho anteriormente, resulta evidente que el impacto de mejorar la calidad del aire interior es imprescindible para tener una fuerza laboral saludable. De hecho, los sistemas de certificación de edificios más reconocidos lo tienen entre sus requisitos.
Pero, aunque no existe una única solución para tratar el problema de los contaminantes en el aire interior, las fuentes pueden ser controladas utilizando los siguientes métodos:
Contemplar que la mala calidad del aire no sólo disminuye la productividad laboral sino que causa innumerables malestares a los empleados, es el comienzo de una favorable proyección futura, libre de contaminantes y pensada para el mejoramiento de la empresa.