Cuando los relojes eran elementos de lujo y extremadamente difíciles de conseguir, la gente del común tenía en los relojes públicos su referente imprescindible.
Bahía Blanca incorporó su primer reloj público en 1904, en la Catedral Nuestra Señora de la Merced, adquirido por suscripción popular en Francia, a la casa Paul Garnier. Luego se fueron sumando en la ciudad más propuestas, en iglesias, estaciones de trenes, edificios bancarios y hasta en farmacias.
El conjunto tiene hoy enorme significancia patrimonial y conforma un bien que vale la pena conocer, valorar y cuidar.
"Bienvenido sea este amigo de la existencia humana", dijo, la mañana del 16 de enero de 1904, el padre Félix Guerra, al inaugurar el reloj de la catedral, el primero en su tipo en la ciudad.
Había sido embarcado el 7 de julio de 1903 en Dunquerque, Francia, por la empresa de Paul Garnier de París, uno de los relojeros más prestigiosos de la historia.
Tan importante se consideró el servicio que prestaría que el ingeniero Petroni, director de las obras del templo en construcción, ordenó rediseñar las torres, añadiendo cuatro metros en altura para hacerlo visible desde todos los puntos.
El mecanismo del reloj es una maravilla, ubicado un par de pisos debajo de la sala donde están los cuatro cuadrantes. Se lo puede ver dentro del mueble de madera y vidrio original. Un piso más abajo se ubican dos campanas, encargadas de marcar los cuartos y las horas.
La maquinaria posee un péndulo con una varilla de pinotea embebida en aceite de lino, y un buje que distribuye el movimiento. Cuenta con casi 3 mil piezas.
Cada cuadrante de números romanos está formado por dieciséis partes de opalina. Cada semana hay que darle cuerda, tarea que está automatizada desde hace algunos años.
"Hotas non numero nisi serenas" (Sólo marco las horas apacibles) Leyenda en un reloj de sol.
Como una verdadera obra de arte impresiona la maquinaria del reloj ubicado en las torres de la capilla de la Medalla Milagrosa del colegio San Vicente de Paul, frente a la plaza de Villa Mitre.
De origen alemán, marca Weule, y con maquinaria vertical, funciona a la perfección, restaurado por el ingeniero bahiense Andrés Romero hace unos años, quien lo define como un reloj "excelente e impecable".
Tiene cuatro cuadrantes, su sonería da toques en "tin-tan", combinando el sonido de sus campanas en cuartos y horas. Posee tres pesas: una para la marcha, otra para la sonería de los cuartos y otra para las horas.
Este reloj fue donado por Victoria Echave de Boussious, y actualmente su maquinaria se mantiene en su mueble original, donde comenzó a funcionar el 25 de mayo de 1927.
Luego de varios años de estar detenido, el reloj mecánico de la parroquia adyacente al colegio Claret, en calle Zelarrayán al 800, fue puesto en marcha en 2004.
Su máquina es de fabricación nacional, similar al Weule de San Vicente de Paul, realizado por un artesano belga de apellido Bornemann, que tenía su fábrica en Rosario.
Tiene cuatro caras y un mecanismo en dos bloques, uno de los cuales maneja las agujas con un péndulo. Se le da cuerda cada tres días. La sonería funciona con el campanario, dando horas medias y enteras. También tiene números romanos pintados sobre los cuadrantes de vidrio.
Como estación terminal que fue del ferrocarril Rosario-Puerto Belgrano, el edificio de calle Brown al 1.700 (ex terminal de ómnibus) tiene en su frente un reloj marca Henri-Lepaute, francés, como todos los que esa empresa colocó en sus estaciones de línea. No posee sonería y su máquina tiene armazón tipo “platina y pilar”. Funciona a la perfección y se le da cuerda cada semana. Su único cuadrante está armado con trece piezas de opalina.
El reloj del edificio que ocupa la Bolsa de Comercio en la avenida Colón y Chiclana funciona desde septiembre de 1908, habilitado como parte de la que fuera la suntuosa sede del banco Español del Río de La Plata.
Nunca dejó de funcionar. Cuando el edificio fue desocupado por el banco, los taxistas, que ocupaban una parada sobre la avenida Colón, se encargaban de darle cuerda cada semana. Es un “reloj de marcha”, sin sonería, con agujas bajo un vidrio que las resguarda del clima.
Puerta y salida de la ciudad durante gran parte del siglo último, el reloj de la estación del ferrocarril Sud ha sido uno de los más consultados en la historia local.
Típico reloj inglés, tiene una confección exquisita y piezas sumamente robustas, siendo del tipo horizontal. Ubicado en la fachada, funcionó como “reloj magistral” para sincronizar los relojes del lugar; por caso, los del andén y la oficina del jefe, que movían sus agujas al recibir un impulso eléctrico proveniente del reloj principal.
“Tu materia es el tiempo, el incesante tiempo. Eres cada solitario instante”. Jorge Luis Borges
Fuera de los relojes mecánicos, existen en la ciudad otros modelos que se fueron sumando al paisaje urbano.
En el frente de la farmacia Española (San Martín y Las Heras) y sobre la fachada de una moderna vivienda en calle Las Heras al 1.400, pueden admirarse dos relojes de sol. No existe mecanismo más antiguo que éste para medir el paso de las horas, desarrollados con maestría por los romanos, que solían dotarlo además de una leyenda en latín, alusiva al tiempo, a la vida, a la muerte.
En el Parque de Mayo supo funcionar un reloj eléctrico en el Pilar-Reloj donado a la ciudad por la comunidad sirio-libanesa, en 1928, año del centenario de la ciudad. De cuatro caras y de forma esférica, el vandalismo acabó con él en dos ocasiones, con lo cual desde 1929 sólo puede verse el cabezal hueco del pilar, ocupado comúnmente por algún nido.
Sobre la monumental puerta metálica del Banco de la Nación puede verse lo poco que queda de un reloj eléctrico que no funciona y carece de agujas. Una curiosidad con este aparato se dio en agosto de 1966, cuando un mañana pudo observarse que sus agujas giraban en sentido antihorario. Un curioso estado de viaje al pasado que permitía ingresar al banco a las 12 y salir una hora antes.
También pueden verse relojes en los frentes de la Escuela de Comercio de calle 11 de Abril al 400 (eléctrico, no funciona, 1944) y en el acceso de la farmacia Di Nucci, de Zapiola y Paraguay, colocado en 1993, que funciona a pila.
Los hubo en la esquina del ex Banco Alemán Transatlántico (actual sede del Concejo Deliberante), de Sarmiento y Estomba, cuyo espacio es ocupado ahora por una ventana, y en el maravilloso edificio (desocupado hace años) del ex banco Hipotecario Nacional, en avenida Colón y Vicente López.
Por último, el Palacio Municipal de calle Alsina tenía diseñado en su torre un reloj -así lo muestra el dibujo del diseño original-, aunque por cuestiones desconocidas nunca se colocó, quedando en un lugar una ventana circular, ciega.
Lo cierto es que el tiempo ha pasado y hoy estos históricos relojes pasan casi inadvertidos. La hora está en las muñecas, en los celulares, en las radios. Midiendo el tiempo que, como escribió Borges, está fluyendo en los campos, por los sótanos, en el espacio, entre los astros.