Marzo 2021 - Año XXXI
Al borde de la línea

Los fantásticos elevadores de granos de ingeniero white que conmovieron a Walter Gropius

“Precisa todavía caminar unas cuadras en terreno agreste que barre la violencia de los vientos marinos y se llega al pie de dos grandes catedrales grises, imponentes, mirando la inmensidad con los párpados levantados de sus cien ventanas” Enrique Banchs, Ciudades Argentinas, 1910

A mediados de la década del 1960, el arquitecto Jorge Gazaneo y la arquitecta Mabel Scarone publicaron, dentro de la colección Cuadernos de Arquitectura Argentina, el libro “Arquitectura de la revolución industrial”, donde presentaron el resultado de una investigación que les permitió redescubrir edificios hasta entonces poco menos que olvidados o ignorados en su relevante valor arquitectónico, muchos de ellos generados entre 1875 y 1914. Todos modelos de la denominada arquitectura utilitaria, del maquinismo, de los ingenieros o de la revolución industrial. Obras destinadas a dar respuesta a las necesidades del nuevo mundo industrial, que tenían una estética despojada de cualquier estilo del pasado, que mostraba sus materiales sin ningún tipo de ornamentación, artificio o disfraz, sacando provecho del hierro, el hormigón y el vidrio. Una estética que comenzó fuera de cualquier consideración artística pero que poco a poco comenzó a atraer la mirada de los arquitectos que buscaban una expresión arquitectónica acorde a los nuevos tiempos, los edificios propios de la era de la máquina.

Gazaneo recorrió los lugares donde se concentraban ese tipo de obras: las áreas ferro portuarias: Buenos Aires, Rosario y, por supuesto, Bahía Blanca. En Ingeniero White fue precisamente donde encontró lo que consideró una obra maestra del lenguaje. “Era necesario llegar a esta realización para encontrarnos con el programa que se ha venido rastreando, convertido en un estilo industrial maduro”. Se refería, claro, a los dos elevadores de chapa montados por la empresa inglesa del Ferrocarril del Sud, inaugurados en 1908 y 1909. Dos edificios imponentes, monumentales, auténticos, puros, prefabricados, estandarizados.

Cada uno con 72 silos con capacidad para 130 toneladas cada uno. Cada cual con diez norias y diez balanzas, con 14 caños para embarcar el cereal, un ascensor, 19 cabrestantes y una mesa transportadora.

Modelo armado

“Tragan trenes; y a su lado los grandes colosos tiran las anclas y descansan. Son los elevadores. Adentro, en la suave oscuridad, hay una labor silenciosa: un tajo nervioso corta los vientres grávidos de las bolsas y cae sobre las rejillas del subterráneo un vómito dorado de trigo susurrante. Afuera, las moles inmensas empequeñecen a los hombres”. Enrique Banchs, 1910

“La limpieza de diseño y la esencialidad con que están resueltas todas las partes constitutivas, hacen de estos dos elevadores un ejemplo en su género”, escribió Gazaneo.

Era dos edificios prefabricados, con estructura independiente de hierro integrada al muelle que los contenía, con la planta baja libre para el ingreso de los trenes. Todo su cerramiento de chapa modulada, algunas ciegas, otras con aberturas. En el exterior manifiesta sus funciones con la prolongación de la maquinaria interior, bajo la forma de mangas metálicas y canaletas de embarque. Los techos rematan con ventiladores y tragavientos. Su perfil se recorta contra el horizonte con una limpieza inédita.

Esos elevadores de chapa de Ingeniero White no pasaron desapercibidos a los ojos de uno de los arquitectos más grande de la historia: el alemán Walter Gropius, creador de la escuela Bauhaus y uno de los maestros de la arquitectura moderna. En 1911, proyectaba una foto de los edificios sobre una tela en el Folkwang Museum, en Hagen, Alemania, como ejemplo del nuevo camino a tomar.

Aquella charla

Gropius, de 28 años de edad, se paró ante una reducida concurrencia para dar su charla sobre arquitectura. Tenía un manojo de hojas mecanografiadas, que leería en primer término, y luego pasaría a proyectar más de 60 fotografías de edificios ilustrando sus ideas. Esa segunda parte de proyecciones fue clave para lograr en su audiencia el impacto que buscaba.

La charla se tituló “De Monumentale Kunst und Industriebau Lichtbildervortrag” (Vortrag mit Lichtbildern) y por primera vez el arquitecto comenzaba a tomar a los edificios de carácter industrial -fábricas, silos, elevadores, usinas- como un modelo donde posar la mirada para entender cuál debía ser la arquitectura del siglo XX, propia de la era de la máquina, de la revolución industrial.

Fue la primera apuesta de Gropius de elevar a esos edificios industriales -utilitarios, funcionales, de ingenieros- a la categoría de la arquitectura, capaces de reflejar de manera certera lo que estaba ocurriendo en el mundo. La charla, que tuvo además el novedoso apoyo de la presentación de esas diapositivas con linterna, se publicó dos años después.

El lugar elegido para la charla fue el Folkwang Museum, en Hagen, diseñado (nada menos) por Peter Behrens, organizada por el director del museo, coleccionista de arte y empresario Karl Ernst Osthaus. Fue la primera divulgación pública de fotografías mostrando silos de granos de América del Norte y del Sur, dentro del discurso arquitectónico.

Gropius presentó estas estructuras anónimas de ingeniería industrial a través de sesenta y nueve ejemplos o “ilustraciones”, acompañadas de su propio comentario sobre lo que denominó el “nuevo estilo monumental”. El podio del conferenciante estaba a la derecha y en una mesa en el centro había un escóptico Leica y una caja de madera con las sesenta y nueve diapositivas de vidrio esperando ser proyectadas sobre la tela rectangular similar a un lienzo que se encontraba en un marco de madera desmontable.

Dos años más tarde, una selección de estas imágenes se imprimió en el anuario de 1913 del Werkbund. Allí estaban los elevadores de Ingeniero White.

Esas fotografías fueron repetidamente publicadas e interpretadas desde entonces por arquitectos como Le Corbusier, Bruno Taut y Peter Reyner Banham, entre otros, que entendieron que esos edificios industriales estaban marcando el camino a seguir.

La conferencia, aclaró Gropius, iluminaría al público con una serie de edificios ejemplares que representarían la unidad entre la arquitectura industrial y el arte monumental, así como las discusiones en torno a la cuestión del “estilo” como búsqueda de la unidad entre las formas. Y la discusión sobre los edificios industriales como precursores de un “nuevo estilo monumental, un nuevo arte de construcción”.

En la noche de 1911 y posteriormente los silos funcionaron como ejemplos de modernismo arquitectónico. Se expresaron corporalmente a través de la reducción, la desnudez y las geometrías abstractas.

Dos años más tarde de su ensayo Die entwicklung moderner industriebaukunst (La evolución de las técnicas de construcción industrial moderna), puso como ejemplo algunas obras más de este tipo, calificándolas como “denkmäler von adel und kraft” (monumentos nobles y fuertes), cuya concepción atendía a los principios esenciales de la arquitectura, llegando a dominar el entorno mediante la reinterpretación de una grandeza clásica, representativa del zeitgeist o “voluntad de su época”.

Las novedosas tipologías ingenieriles, entre las que destacaban silos y elevadores, fueron llevadas por Gropius al mismo rango que los monumentos egipcios: “Los silos de granos de Canadá y Sudamérica casi comparan su poder monumental con los edificios del antiguo Egipto, lo que se justificaba no solo por el tamaño de las estructuras sino, sobre todo, por sus formas compactas”.

Nota biográfica

Catalina Mejía Moreno es actualmente profesora titular de arquitectura en la Universidad de Brighton y candidata a doctorado en teoría y crítica arquitectónica de la Universidad de Newcastle, Reino Unido. Coeditora de la próxima colección especial Building Word Image de la revista Architectural Histories de la European Architectural Historians Network (EAHN), su artículo surge de una investigación que cuestiona la fotografía como el medio intrínseco de repetición en la crítica arquitectónica.

Los elevadores de granos

Unas pocas fotos y algunas postales. No mucho más que eso quedan hoy de los elevadores de chapa de Ingeniero White. Ni Gazaneo, ni Gropius ni nadie podría hoy admirar y disfrutar de esta muestra única de arquitectura industrial. Sin un sentido valedero, para una ampliación jamás concretada, sin que nadie supiera entender su enorme valor cultural, histórico y arquitectónico, fueron desguazados en 1977. Vendidos como kilos de chatarra. Desmontadas sus partes sin mayores complejos y vaciado el muelle que los contenía. En un par de días su histórica silueta desapareció de la geografía del estuario.

Es, por lejos, una de las pérdidas patrimoniales más grandes del país. Acaso junto con los también demolidos, unos años después, elevadores ladrilleros de puerto Galván.

No hubo, al momento de su desmantelamiento, ni una voz que ensayara una defensa a partir del valor de esas moles de acero. Se dijo que se despedía “una vieja estructura que había cumplido su vida útil”.

En octubre de 2019 el Consorcio de Gestión del Puerto de Ingeniero White recibió 32 trabajos como resultado de un concurso para la puesta en valor del muelle que contuvo a los elevadores.

La idea buscada es crear en esa calle sostenida por pilotes de hierro, donde se notan aún las marca de los edificios ausentes, un espacio recreativo, cultural. De encuentro de la gente con el mar y una manera de evocar la memoria de aquellos edificios perdidos.


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