Septiembre/Octubre 2020 - Año XXX
Al borde de la línea

El legado romano vuelve a ser mezquita

Santa Sofía sigue siendo una obra clave en la historia de la arquitectura y de la ingeniería que por estos días ha logrado una promoción adicional tras la decisión del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, de reconvertirla nuevamente en mezquita, luego de casi 80 años de funcionar como museo.

"Salomón, te he superado”. Eso aseguran que dijo el emperador Justiniano (483-565) cuando ingresó, en el año 537, a la flamante iglesia de Santa Sofía, en Constantinopla, capital del Imperio Romano de Oriente. La referencia era al Templo de Salomón, que fuera santuario principal del pueblo de Israel y contenía en su interior el Arca de la Alianza, el altar y los candeleros de oro empleados para llevar a cabo el culto hebraico.

Justiniano había decidió reconstruir el edificio como símbolo de su victoria sobre una rebelión popular que dejó 30 mil muertos en la calles de la ciudad y destruyó el templo original construido siglos antes por Constantino. Por eso sus planes para esta obra fueron ambiciosos, planteando un edificio monumental, único y de gran complejidad constructiva, para lo cual debió recurrir al conocimiento de matemáticos griegos que le permitieran asegurar la estabilidad de semejante obra.

Santa Sofía, aseguran varios estudiosos, sigue siendo una obra clave en la historia de la arquitectura y de la ingeniería, una obra que maravilla a propios y extraños, símbolo de la vieja ciudad imperial romana –luego rebautizada Estambul—y que por estos días ha logrado una promoción adicional tras la decisión del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, de reconvertirla nuevamente en mezquita, luego de casi 80 años de funcionar como museo y ser sitio de confluencia de turistas de todo el planeta. El regreso del edificio a servir al rezo musulmán ha generado controversias y cuestionamientos, incluso críticas desde la UNESCO y del propio Papa Francisco.

El Islam prohíbe imágenes en los templos, las cuales además son propias de otra religión, por lo cual se ha instalado un sistema de enormes “cortinas en forma de vela” que corren sobre raíles y cubren los frescos y los mosaicos mientras se registran los rezos diarios.

La reconversión del edificio en templo islámico exige, entre otras situaciones, que en cada ceremonia religiosa sean tapadas –ocultas a la vista de todos— las representaciones realizadas durante su funcionamiento como iglesia cristiana, todas ejecutadas con cerámicas multicolores al más puro estilo bizantino. Fue iglesia cristiana durante más de 900 años, hasta la caída de Constantinopla en mano de los turcos otomanos, cuando la ciudad fue rebautizada Estambul y el templo pasó servir como mezquita durante los siguientes 500 años.

Una santa que no es tal

Santa Sofía o Hagia Sophia (del griego: Ἁγία Εοφία, “Santa Sabiduría”) no refiere a ninguna mujer santificada. Sofía o sophia es la transcripción fonética al latín de la palabra griega “sabiduría”. El templo fue dedicado a la Divina Sabiduría y hace referencia a la personificación de la sabiduría de Dios.

La obra

Para llevar a la realidad el edificio que soñaba, Justiniano contrató a los griegos Antemio e Isidoro, el primero de Tales, el segundo de Mileto. Se generó la particular conjunción de conocimientos y filosofías cuanto menos poco relacionadas: la de los romanos, el cristianismo y la de la ciencia clásica griega.

Antemio a Isidoro eran expertos en física y en estática. “Sólo ellos podían diseñar el edificio etéreo y espiritual al que aspiraba Justiniano”, señala Leland Roth en su libro Entender la Arquitectura.

Si bien la arquitectura bizantina se inclinaba claramente por los edificios de plantas centralizadas, Santa Sofía es una particular convivencia de esa organización espacial con el basilical, es decir la planta rectangular. Por un lado se ubica una planta central, cuadrada, de 31,20 metros de lado, coronada por una maravillosa cúpula. Pero a su vez ese cuadrado se prolonga a lo largo del eje principal del edificio, generando un claro recorrido basilical.

Santa Sofía es una de las obras de ingeniería más extraordinarias que se conozca. Porque construir y sostener su cúpula principal requirió todo un esquema estructural de semicúpulas, bóvedas, arcos y contrafuertes para contrarrestar los enormes empujes que ésta origina al ser un elemento que, por su forma, “hace todo un esfuerzo” por abrirse, generando importantes empujes laterales que deben contenerse, algo que cuatro siglos antes habían podido resolver los romanos que construyeron el Panteón de Roma.

Un corte longitudinal del edificio permite ver cómo los empujes de la cúpula hacia el exterior se trasmiten hacia abajo por medio de una serie de semicúpulas y bóvedas de cañón. Tampoco faltan voluminosos contrafuertes en puntos donde se manifiesta alguna debilidad.

A pesar de su peso y su robustez, la cúpula parece flotar sobre una franja de luz, que es la que conforma una base perforada por 40 ventanas. El historiador bizantino Procopio de Cesare (500-560), escribió que “parece flotar sin apoyo alguno, cubriendo el espacio como si fuera un cúpula dorada suspendida del cielo”.

Santa Sofía conformó, según explica Roth, “un logro artístico y técnico de primer orden, con sus cuidadosamente equilibradas masas y cáscaras de fábricas de ladrillo reforzadas con piedra, flotando milagrosamente en el aire”.

Claro que semejante estructura tuvo que ser entendida a medida que se la construía. Con la obra en construcción comenzaron a aparecer peligrosas grietas sobre la estructura inferior, lo cual exigió la construcción de potentes contrafuertes.

De hecho la cúpula actual no es completamente la original, ya que debió ser reconstruida en parte luego de terremotos registrados en los años 553 y 557. En el tiempo se fueron agregando más contrafuertes y refuerzos a medida que el edificio sentía las consecuencias de semejante cerramiento superior.

Las terminaciones

Si algo se destaca en Santa Sofía es su espacialidad, un ambiente dinámico, plagado de luces y de sombras que van variando a lo largo del día. Las paredes están decoradas con cientos de figuras religiosas realizadas con mosaicos de distinto colores sobre un fondo oro, mientras que la parte inferior del edificio está revestida por zócalos elevados, provenientes de todos los rincones del Imperio Romano, algunos del templo de Artemisa en Éfeso, piedras de las canteras de pórfido de Egipto, mármol verde de Tesalia, piedra negra del Bósforo y amarilla de Siria. Una verdadera sinfonía de tonos, brillos y colores.

Santa Sofía se convirtió en el centro de la cristiandad oriental durante siglos y en uno de los edificios más influyentes de la historia de la arquitectura.

Su espacialidad es de un fuerte simbolismo: la forma de cubo rematado por una cúpula representa al cosmos regido por Dios. Un espacio que parece en constante movimiento a partir de la sucesión de curvas y contracurvas que se cortan, todo bañado con la calidad mística que toma la luz en interiores religiosos. También tiene un particular impacto el centenar de ventanas que permiten el paso de la luz del sol, que resalta los mármoles y los cerámicos. Es un lugar que exige ser recorrido metro a metro. “La atención del espectador vira constantemente de un punto a otro, incapaz de seleccionar qué detalle concreto merece mayor admiración sobre los demás”, escribió Procopio.

La plaga de Justiniano

Justiniano se hallaba en un momento de gran esplendor, diez años después de haber comenzado a construir Santa Sofía, y Constantinopla era por demás populosa, con 800.000 habitantes. En ese momento se desató una de las mayores epidemias de la historia.

Fue el propio Procopio de Cesarea, quien tanto escribió sobre Santa Sofía, quien más datos aportó sobre una enfermedad que mató a casi la mitad de los habitantes de la ciudad. Describió con minuciosidad los síntomas del mal, con enfermos a los cuales les aparecían bubones negros que crecían y causaban la muerte en pocas horas. La peste mataba entre cinco y diez mil personas al día, lo cual da una idea del terror que generó.

La vía Mese, arteria principal de Constantinopla, centro comercial de 25 metros de ancho, quedó jalonada por decenas de tiendas cerradas y plagada de cadáveres.

Las consecuencias de la hoy conocida como “plaga de Justiniano” resultaron devastadoras para el Imperio: las tropas del ejército se vieron diezmadas y debilitadas y se perdió gran parte de los territorios conquistados. La peste se mantuvo durante cuatro meses con todo su furor y en los dos años siguientes acabó con la vida de cuatro millones de personas en todo el Imperio. No fue la última vez que apareció. Hubo un brote en Nápoles en 767, luego desapareció durante seis siglos y regresó en 1347, cuando se la llamó “peste negra” y mató a 30 millones de personas.

En su época se creyó que la enfermedad estaba en el aire y se transmitía a través de la respiración o por contacto. Recién en el siglo XIX se estableció que el origen de la peste era una bacteria, yersinia pestis, que afectaba a roedores y se transmitía a través de parásitos que vivían en esos animales, en especial las pulgas.

La ciudad

Santa Sofía se mantuvo de pie mientras el Imperio Romano de Oriente o Bizantino se iba desmembrando y los romanos pasaban a ser parte de los libros de historia. Si bien perduró casi mil años luego de la muerte de Justiniano, poco a poco el Imperio fue perdiendo sus territorios, sobre todo por el avance de una religión nacida en Arabia, en la ciudad de La Meca, donde, hacia 610, el profeta Mahoma predicaba la nueva fe del Islam.

Los turcos conquistaron Persia, Siria, Palestina, Egipto y el norte de África. Luego ocuparon España y llegaron hasta Pakistán. Les quedaba entonces conquistar Constantinopla, la capital del Imperio, lo cual recién lograron concretar en 1453. Desde entonces la ciudad fundada por los griegos con el nombre de Bizancio y reconvertida en Constantinopla por el emperador romano Constantino, pasó a llamarse Estambul.

La majestuosidad de Santa Sofía era tal que los turcos no dudaron en convertirla en mezquita. En esa modificación se perdieron muchos de los cerámicos originales que decoraban el interior, aunque otros lograron sobrevivir. Santa Sofía fue, además, inspiradora de los nuevos edificios islámicos construidos en la ciudad. No se necesita demasiado esfuerzo para ver que las mezquitas de Soliman y Ahmed, entre otras, son una clara copia del templo de Justiniano.

Los mosaicos

La decoración interior de Santa Sofía está conformada por figuras religiosas realizadas con pequeños trozos de mosaicos de diferentes colores. Realizados para un templo cristiano, la mayor parte fueron destruidos o cubiertos por los turcos, mientras que algunos han sido respetados por representar figuras admitidas por el Corán, otros por su inaccesibilidad, y algunos que recién se descubrieron en tiempos recientes. Estos mosaicos bizantinos conforman uno de los mayores tesoros artísticos de la Humanidad.

Entre los más destacados está el Cristo sobre la puerta principal de acceso, alzando su mano y bendiciendo al emperador. Unos medallones representan al arcángel San Gabriel y la Virgen María en un lujoso trono con su hijo y con los pies sobre un pedestal con joyas.

El Mosaico de la Deësis es acaso el más conocido. Situado en las galerías superiores muestra a Jesús junto a María y Juan el Bautista, en el día del Juicio Final.

La mayor parte de la decoración de tribunas y nártex contiene retratos de emperadores y en la pared oriental aparece un Cristo Todopoderoso, con túnica azul sobre fondo dorado.

Otro mosaico es el de Comneno, con la Virgen con manto azul y el niño en su regazo. A la izquierda de la Virgen aparece la emperatriz Irene con un documento y lujoso vestido.

Estos mosaicos quedan ahora vedados a la vista del público durante varias horas y días a la semana, cuando se llevan adelante las ceremonias religiosas como mezquita.


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