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Julio 2017 - Año XXVII
Al borde de la línea

Dios, en el Universo de los científicos

por Ing. Mario R. Minervino

“Los teólogos afirman que si la divinidad se distrajera del universo durante una fracción de segundo, toda la maquinaria de constelaciones y de átomos se esfumarían como un sueño”. Citado por Jorge Luis Borges.

Es razonable creer que un hombre de ciencia está más cerca (mucho más) de ser ateo o agnóstico que de creer en la existencia de un Dios omnipresente, creador de todo lo que existe, amo y señor de vidas y muerte, con capacidad para escuchar ruegos e intervenir en el destino de cada uno.

A Dios se llega, se dice, por la fe. Sin embargo, desde el inicio de los tiempos los hombres de ciencia, aquellos que develaron signos del misterioso universo, del origen de las cosas y del futuro de los mundos, han visto muchas veces incompleta su búsqueda de respuestas.

Hubo quienes aceptaron que ciertas porciones inentendibles del universo pueden atribuirse a un ser superior y se las han ingeniado para conjugar dudas y certezas. Los hay otros que han prescindido de un Dios, al que reconocieron como “una buena hipótesis” para sortear enigmas pero que eligieron no asignarle ningún papel.

Jorge Luis Borges, en su poema “Para una versión del I King” refleja esa constante pulseada.

“El porvenir es tan irrevocable /como el rígido ayer. No hay una cosa /que no sea una letra silenciosa /de la eterna escritura indescifrable /cuyo libro es el tiempo…” escribe, dando a entender la existencia de un destino fijado. Pero al final de su poema modifica esa visión: “Pero en algún recodo de tu encierro /puede haber un descuido, una hendidura. /El camino es fatal como la flecha /pero en las grietas está Dios, que acecha”.

Borges razonó que cualquier hipótesis de la fe es “tan inconcebible” como cualquier hipótesis de la ciencia, pero durante siglos esa compulsa “ha encendido la imaginación de los hombres y lo ha poblado de planetas y de ángeles”. Lo que sigue es parte de esa puja.

Laplace y Napoléon

Pierre-Simon Laplace (1749-1827) fue un astrónomo, físico y matemático francés. Un genio, célebre por la “transformada” y la “ecuación” que llevan su nombre. Sentó las bases de las teorías analíticas de la probabilidad y la nebular sobre la formación del sistema solar.

Fue férreo defensor del determinismo, la teoría que sostiene que todo acontecimiento físico, incluyendo el pensamiento y las acciones humanas, está determinado por una cadena causa-consecuencia y que el estado actual de las cosas determina el futuro, de modo que cualquier momento de la historia es el resultado de todos los momentos anteriores, que son virtualmente infinitos. Laplace especuló que si se conocen las condiciones iniciales y actuales de cualquier suceso, es posible establecer su futuro, único y certero.

No comulgó nunca con la idea de un Dios cuya eventual intervención puede modificar hechos ni le asignó rol alguno en la creación del universo. Se cuenta que en cierta ocasión se encontró con Napoleón, quien, refiriéndose a su obra Exposition du système du monde, le comentó: “Me cuentan que ha escrito un libro sobre el universo sin haber mencionado ni una sola vez a su creador”. Laplace contestó: “Señor, nunca he necesitado esa hipótesis”.

Newton y la presencia divina

A Isaac Newton (1642-1727), físico, teólogo y matemático inglés, autor de los Philosophiæ naturalis principia mathematica, donde describe la Ley de la Gravitación universal y establece las bases de la mecánica clásica, nunca le incomodó aludir a “la voluntad divina” para justificar “ciertas anomalías” del universo que no verificaban su ley.

Para Newton la existencia de un ser superior era innegable y le servía para aceptar aquello que le era imposible explicar, desde los lugares vacíos de materia, o por qué el Sol y los planetas gravitan unos hacia los otros y qué impide a las estrellas desplomarse unas con otras. “¿Acaso no se infiere de estos fenómenos que hay un Ser incorpóreo, Inteligente, Omnipresente, que en el espacio infinito ve las cosas íntimamente y las percibe profundamente y las comprende en su totalidad?”.

Entendió a Dios como “un Ser eterno, infinito, absolutamente perfecto”, que perdura eternamente y cuya existencia constituye la duración y el espacio. Sostuvo, además, que “este bellísimo sistema de sol, planetas y cometas” sólo podría provenir “de la sabiduría de un Ser poderoso e inteligente”.

El mejor de los mundos

Gottfried Leibniz (1646-1716), filósofo y matemático alemán, a quien se menciona como “El último genio universal”, no sólo aceptaba la existencia de un Creador sino que, además, desarrolló su teoría explicando que Dios, como gran matemático que era, había creado “el mejor de los mundos posibles” entre la enorme variedad que dispuso.

Esa postura le valió el mote de “optimista”, por asegurar que incluso las enfermedades y otros males eran parte de ese mejor diseño. Leibniz planteaba que de los infinitos mundos posibles que pudo haber creado Dios, ninguno es malo. “Todos ellos, incluido el peor, son impecablemente buenos”, decía.

Para él el mundo era el modelo donde se encuentra la mayor cantidad deseable de cosas con el menor gasto. Dios resolvió un problema de máximos y mínimos, de optimización y de cálculo de variaciones. Creó un mundo a partir de la sencillez de las vías y la economía de medios, inspirado en sus estudios sobre series infinitas.

Euler y su fórmula divina

Leonhard Euler (1707-1783), matemático y físico suizo, realizó aportes trascendentales en el cálculo, la mecánica y la astronomía. Calvinista, era férreo defensor de la inspiración divina de las Escrituras. De él se cuenta que enfrentó al filósofo francés Denis Diderot, ateo, quien aseguraba poder desbaratar cualquier argumento teológico a favor de la existencia de un Ser Superior. La historia asegura que Euler se plantó ante Diderot y le dijo: “Monsieur, (a + bn)/n = x; por tanto Dios existe. ¿Alguna objeción?”. Diderot, aseguran, quedó en silencio, sin respuesta. La situación es probablemente falsa: Diderot era un destacado matemático y sabía que esa fórmula, más allá de ser Euler quien la planteaba, no tenía nada de extraordinario.

Una demostración con teorema

El alemán Kurt Gödel (1906-1978), matemático y filósofo austríaco-estadounidense demostró, mediante un teorema y varios axiomas, la existencia de Dios.

El hombre no es famoso por eso, sino por su labor como matemático, la cual ha tenido un impacto inmenso en el pensamiento del siglo XX. Se le conoce por sus teoremas de la incompletitud, el más célebre de los cuales establece que “para todo sistema axiomático lo suficientemente poderoso como para describir los números naturales, existen proposiciones verdaderas que no pueden demostrarse a partir de los axiomas”. A partir de esa teoría comenzó por plantear que “en algún mundo” Dios existe y para ello definió “esencia”: si x es un objeto en algún mundo, entonces la propiedad P es una esencia de x, si P(x) es cierto en ese mundo y si P tiene las propiedades que x tiene en ese mundo. A partir de ésto desarrolló una serie de desarrollos teóricos y axiomas hasta concluir que existe Dios “o un objeto semejante a Dios”, en cualquiera de todos los mundos posibles” (incluido el nuestro).

Einstein y Hawking, Dios y el Big Bang

Si los matemáticos se han involucrado con Dios, pulseadas similares han desarrollado los físicos, sobre todo aquellos dedicados a encontrar una explicación al origen y desarrollo del universo.

El británico Stephen Hawking (1942) afirmó, en su último libro, que la física moderna está en condiciones de excluir la posibilidad de que Dios crease el universo. Del mismo modo que Charles Darwin lo eliminó de la biología, el astrofísico afirma que las nuevas teorías hacen redundante el papel de un creador.

Hawking modificó así sus opiniones anteriores, cuando sugería que no había incompatibilidad entre la existencia de un creador y la comprensión científica del universo. El golpe a esa teoría fue la observación, en 1992, de un planeta girando en órbita a una estrella. “Eso hace que las condiciones de nuestro sistema –la feliz combinación de distancia Tierra-Sol y masa solar– sean menos singulares y que no necesariamente la Tierra fue diseñada (por Dios) para los humanos”.

Albert Einstein (1879-1955), uno de los hombres más respetados y admirados de la historia de la ciencia, fue responsable de derribar la teoría clásica de Newton a partir de su Teoría de la Relatividad. Einstein tenía siempre presente a Dios aunque, como Laplace, era determinista. “El futuro es algo tan inevitable y determinado como el pasado”, mencionaba, para agregar que no podía aceptar la idea de un ser “que interfiera en el curso de los acontecimientos”.

Es famosa la frase de Einstein al oponerse a los postulados de la física cuántica, al asegurar que “Dios no juega a los dados con el universo”. Tiempo después Hawking dirá que Dios no solo juega a los dados, sino que además los arroja en lugares donde no se los puede ver.

Hoy la física cuántica ha derribado la idea determinista al establecer el principio de incertidumbre, por el cual muchas cosas, aún empezando de la misma manera, pueden generar un resultado distinto. Tampoco considera la necesidad de aceptar un estado inicial del universo ni un inicio del tiempo. En un universo sin origen no hay papel para un Creador.

La mano de Dios

Si bien la ciencia ha aceptado la teoría de una gran explosión como origen del universo –el Big Bang–, no ha podido todavía explicar, entender o determinar cómo se generó ese momento inicial ni cuáles fueron sus condiciones. Allí es donde la iglesia todavía coloca la mano de un Creador.

“Se tiene una imagen correcta del universo al menos hasta una millonésima de billonésima de segundo después de la gran explosión”, indica Hawking, agregando que luego de ese suceso, y “durante un millón de años”, el cosmos se expandió “sin que ocurriera nada de especial interés”.

Años antes de verificarse la realidad del Big Bang, Hawking pensaba que era “muy difícil” explicar por qué el universo empezó de determinada manera, “excepto como un acto de voluntad de un Dios que quisiera crear seres como nosotros”. Los astrónomos han logrado escuchar los ruidos de esa explosión ocurrida hace 13 mil millones de años. En la actualidad, Hawking adhiere a la idea de que el universo surgió “espontáneamente, de la nada absoluta” y que “no hizo falta un Creador”.

El principio y el fin

Matemáticos, físicos y astrónomos llevan más de 2.500 años intentando descifrar el universo, buscando respuestas y sentido ante semejante vértigo infinito. Lo han hecho de cara a un Dios y de espaldas a él. Lo cierto es que la búsqueda no terminará hasta encontrar todas las respuestas: alguien dejó en el intelecto del hombre una necesidad incansable de hacerlo.


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