El sitio de la construcción del sur argentino

Agosto 2016 - Año XXVI
Al Borde de la línea
La suprema creación de Ramón Llull

La máquina de pensar

por Ing. Mario R. Minervino

“Un hombre de genio, Ramón Llull, que había dotado a Dios de ciertos predicados (la bondad, la grandeza, la eternidad, el poder, la sabiduría, la gloria), ideó una suerte de máquina de pensar hecha de círculos concéntricos que, rotados por el investigador, darían una suma indefinida y casi infinita de conceptos de orden teológicos”.
JL Borges, Ars Magna, Atlas

Bruno, Leibniz y Laplace

Pensadores y matemáticos relevantes se sintieron atraídos por el trabajo de LLull, lo analizaron y lo estudiaron. Giordano Bruno, Gottfried Leibniz y Pierre-Simón Laplace son tres de esos hombres, todos filósofos, matemáticos, astrónomos y físicos.

Bruno (1548-1600) pagó con su vida sus ideas; fue quemado vivo por orden del Vaticano. Entre sus teorías contradictorias a la Iglesia estaba la de la existencia de infinitos mundos. “A semejante espacio lo llamamos infinito porque no hay razón, capacidad, posibilidad, sentido o naturaleza que deba limitarlo. En él existen infinitos mundos semejantes a éste en su género”. Este tipo de declaraciones lo convirtieron en un hereje.

Leibniz se entretuvo con su teoría que asegura que el mundo que vivimos es “el mejor mundo posible” que Dios pudo crear. Presentado como uno de los hombres más brillantes que ha pisado este mundo, planteó que Dios consideró distintas maneras de cómo podía ser el mundo y, siendo benevolente y de infinita bondad, concluyó que éste es el mejor modelo que podía ofrecer. Consideró al creador resolviendo en ese primer instante un problema matemático de máximos y mínimos, de cálculo y variaciones, estableciendo entre un número infinito de variables la que minimizaba el mal necesario. En ese mundo vivimos.

Laplace, por último, planteó el determinismo, por el cual “un intelecto suficientemente vasto” que en un momento dado conociera las posiciones de los seres que la componen el universo, podría condensar en una fórmula con sus movimientos futuros. Laplace imaginó que esa persona conocería el devenir de todo lo que existe, el más leve movimiento de cualquier persona que viviera “en los próximos cien mil millones de años”. La física moderna, especialmente a través de la mecánica cuántica y el principio de incertidumbre, asegura que tal intelecto es imposible que exista.

En 1315, plena edad media, tiempo del gótico y de la oscuridad, el monje franciscano Ramón Llull publicó su libro-máquina Ars Magna, capaz de dar las respuestas correctas a todos los dilemas de nuestro mundo, incluido el origen del tiempo, el funcionamiento del universo y el pensamiento de Dios. La propuesta planteaba la idea de una máquina dotada de información suficiente para deducir y resolver los problemas que se le plantearan, incluidas filosas cuestiones filosóficas y religiosas.

Borges, en desacuerdo

En 1937, Jorge Luis Borges escribió en la revista El Hogar un artículo al que tituló “la máquina de pensar” de Llull. Para el autor de Ficciones esa designación es “generosa” por cuanto la máquina, menciona, “no es capaz de un solo razonamiento, juzgada según el propósito ilustre del inventor”. “La máquina de pensar no funciona”, indica. Critica también las materias que la alimentaban (su base de datos), con conceptos como sabiduría, poder, gloria, bondad, grandeza. Menciona, quizá de manera errónea, que es una “máquina ilusa” porque "requiere del azar para la resolución de un problema". Claro que Borges es más amplio en su visión y reconoce que para declarar quiénes somos y qué cosa es el mundo tampoco sirven cualquiera de todas las teorías metafísicas o teológicas disponibles.

Llull llamó Ars Generakis a su artilugio, cuyo principal objetivo fue, nada menos, alentar a judíos, musulmanes e infieles a convertirse al catolicismo, a partir de que la máquina no dejara dudas sobre la veracidad de los dogmas de la fe cristiana y detectara los errores del camino de las demás religiones. Este “autónoma rudimentario” es considerado hoy como el primer plan de utilizar medios lógicos para generar conocimientos y lejos estuvo de ser entendido por sus contemporáneos. Debió esperar 200 años para ser reconsiderado y valorado.

Escritos del siglo XVI comenzaron a dar cuenta del trabajo de LLull. “En el siglo XIII apareció en Mallorca, España, un noble pero exaltado espíritu, Ramón Llull, que imaginó el método Ars Magna. Por él se trazaban conceptos en discos giratorios, y se producían las combinaciones más variadas. No es de prever como puedan ser desentrañados de esta manera los secretos de Ia naturaleza, pero a Llull esta invención Ie pareció entregada por el cielo para demostrar la Trinidad, el pecado original y la muerte redentora”.

La propuesta de Llull fue retomada por el renombrado Giordano Bruno, criticado por prestarle atención. “Poco en favor de la formación lógica de Bruno que el perfeccionamiento de esta triste máquina de pensar le produjera tantos quebraderos de cabeza y que le dedicara un gran número de obras”, señaló el filósofo Wilhelm Windelband en su Die Geschichte der neueren Philosophie.

Hubo quienes rechazaban la propuesta por consideraciones más específicas. “Los representantes del espíritu odian todo intento de matematizar la verdad filosófica. Reniegan de introducir los números en el mundo de las ideas y que operaciones de cálculo puedan reemplazar al pensamiento filosófico”.

Sin embargo, la Ars se fue ganando su lugar a partir de su potencial para la producción de enunciados y argumentos lógicos con ayuda de reglas mecanizadas. Llull pasó de ser considerado un fabulador a plantarse como un “lógico innovador”, un científico de vanguardia.

La máquina

Muy pocos han estudiado en profundidad la obra Ars Magna como para reconocer en ella una propuesta con una estructura lógica de máxima sutileza. El filósofo Karl Vorlander (1860-1928) explicó que las respuestas que generaba la Ars eran producto de silogismos racionales, aunque dejó en claro que exigía de su operador "una ejecución correcta y un trabajo de interpretación reflexiva".

La publicación Die Ars Generalis Ultima des Raymundus Lullus. Studien zu einen geheimen Ursprung der Computertheori, de Werner Cornelius, es uno de los trabajos más puntillosos sobre el libro de Llull. Para explicar su contenido recurrió a términos del campo de la computación actual, reconociendo en el texto dominios que claramente conforman el hardware, el software y la representación gráfica de las reglas de uso.

La primera parte la conforma la tabla del alfabeto y el dispositivo de cuatro figuras. La segunda, las letras que forman una especie de base de datos, así como los principios y las reglas para sus conexiones. Unas pocas hojas, sobre el final, dan instrucciones de cómo se debe operar.

El hardware textual de la Ars Magna es considerado por Cornelius como “completamente suficiente” para obtener los rendimientos planeados. Se trata de un alfabeto de nueve letras, cada una con distintos significados asignados. De allí surgen enunciados lógicos a partir de su conexión según “principios mecánicos”. Llull construye dos figuras circulares, en cuyas subdivisiones se registran las letras. Ambos discos se acoplan con un tercer anillo con idéntica distribución. Los tres son giratorios y forman el corazón de la máquina lógica, su fundamento técnico, el aparato que puede producir conocimientos. Claro que la yuxtaposición de las letras, de acuerdo a lo que se pretende averiguar, es apenas el primer trabajo. A partir de ir obteniendo respuestas el operador deberá tener “momentos crítico-reflexivos” para completar la interpretación y aportar nuevos datos. Los entendidos reconocen que el Ars Magna de Llull tiene una lógica computacional y que, operada con conciencia, tiene que derivar en una respuesta final.

Letras e ideas

A primera vista el Ars Magna es tan simple que aleja toda fe en que pueda dar respuesta a todas las dudas universales. Sin embargo, es de una complejidad vastísima. Cada letra codifica conceptos y simboliza ideas en diferentes dominios. Por caso, la B significa Bien, Diferencia, Dios, Justicia, Avaricia y quién. La G, Libertad, Fin, Viviente, Esperanza, Envidia, y la K, Gloria, más pequeño qué, cómo y con quién, elemento, paciencia y mendacidad. Cada una tiene, a su vez, significaciones de atributos divinos, predicados, preguntas, sujetos, virtudes y vicios. Así, a modo de ejemplo, la combinación AB genera 48 posibilidades de respuesta. A partir de las mismas el operador debe aportar definiciones de determinadas palabras.

El resultado es una abundancia de combinaciones y el conjunto se va pareciendo a un algoritmo, es decir que genera un conjunto ordenado de operaciones sistemáticas que permite hacer un cálculo y hallar la solución de un tipo de problemas. La máquina comienza a generar nuevos conceptos y a medida que avanza en las combinaciones el operador se acerca al resultado final. La Ars Magna habrá dado así su respuesta final, una verdad inapelable y única.

La muestra en Barcelona, 2016

El Centro de cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), desarrolla –entre el 14 de julio y el 11 de diciembre— la exposición “La máquina de pensar. Ramón Llull i làrs combonatoria”, con la cual explora todos sus matices de Ramón Llull en las artes, la literatura, la ciencia y la tecnología, a partir de la actualidad que esta figura adquiere en el actual debate sobre los modelos de transmisión del saber.

El método de conocimiento inventado por Llull, su complejo mecanismo de figuras geométricas y símbolos que combinan letras y conceptos es analizado hoy un nuevo saber con pretensiones universales. El uso de este mecanismo proponía la unidad de los distintos saberes de la época y debía conducir, mediante la razón, la demostración y el diálogo, a la paz entre las religiones. Llull buscó un modelo de realidad en el que, como en una gran red, estuvieran implicados el mundo, el hombre y Dios.

La exposición presenta varias actividades y obras de artistas que inspirados en el Ars Magna crearon instalaciones, algunas digitales y esculturas, interpretando de ese mundo. “Uno de los pensamiento básicos de Llull es que sin diferencia no hay concordancia, no hay armonía. El suyo era un mundo en el que convivían judíos, cristianos y musulmanes. El nuestro necesita la manera mantener la diferencia con armonía”, señaló Amador Vega, comisario de la exposición. La muestra incluye obras de Antoni Tàpies, Arnold Schönberg, Athanasius Kircher, Francesc Pujols, Giordano Bruno, Gottfried Leibniz, Italo Calvino, Jacint Verdaguer, Jean-Jacques Grandville, Jeongmoon Choi, Johann Alsted, Jorge Oteiza, José Alexanco, José Yturralde, Josep Subirachs, Josep Palau i Fabre, Juan de Herrera, Juan Cirlot, Manfred Mohr, Nikolaus Lehmann, Perejaume, Pietro Mainardi, Ralf Baecker, Ramon Llull, Raymond Queneau, Rosa Leveroni y Salvador Dalí, entre otros.

Entre las variadas actividades se pueden mencionar un coloquio para explican como en el Ars combinatoria se hallan los precedentes de la inteligencia artificial: una máquina de pensar, hablar y de traducir. El lenguaje humano es un sistema de símbolos. Aplicándole la lingüística computacional podemos combinar estos símbolos, hablar, escribir y dirigirse cada uno en su propia lengua.

Habrá además una Wikimaratón de Wikidata, para ordenar el conocimiento sobre Llull contenido por la enciclopedia colaborativa.

Otro tópico será discutir qué es Ars Magna, el alcance de su sistema lógico-conceptual, qué lenguaje hablaba y su impacto en los sistemas lógicos modernos. Existe consenso en considerarla como un puntal del pensamiento en red, al plantear que las ideas pueden traducirse a un lenguaje formal y mecanizarse. Ese análisis se anticipó seis siglos a Alan Turing, lo cual lo convierte en uno de los fundadores de la revolución digital.


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