El sitio de la construcción del sur argentino
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Drop City: hippies, ingeniería y sustentabilidad
Curiosidades de la historia
LLas cúpulas
Fuller fue famoso por sus cúpulas geodésicas, las cuales pueden verse todavía en instalaciones militares, civiles y exposiciones.
Su construcción se basa en principios básicos que permiten montar estructuras simples, asegurando su integridad tensional (tetraedros, octaedros y conjuntos cerrados de esferas). Al estar hechas de esta manera son extremadamente ligeras y estables. La patente de las cúpulas le fue concedida en 1954, luego de décadas de esfuerzos por investigar los principios de las construcciones naturales.
Los Zomes
Steve Baer estudió matemáticas en Eidgenssische Technische Hochschule, donde se interesó por la construcción de estructuras utilizando poliedros no rectangulares. Establecido en Albuquerque, Nuevo México, a principios de 1960 experimentó con edificios de geometrías inusuales, adecuados al entorno y pensados para utilizar energía solar. Baer estaba fascinado con la cúpula de Fuller. Invitado a conocer Drop City, diseñó viviendas que no tuvieran algunas de las limitaciones de las versiones más pequeñas de esas cúpulas geodésicas.
a década del ‘60 permitió el surgimiento de una de las primeras tribus urbanas: la de los hippies. Se trató, de acuerdo a algunas de las definiciones que hoy se pueden encontrar, de un movimiento “contracultural, libertario y pacifista”. Los hippies usaban el cabello largo, ropa multicolor, vinchas, sandalias, escuchaban rock psicodélico, abrazaban la revolución sexual y creían en el amor libre. Su slogan “Hagamos el amor y no la guerra” cruzó fronteras. Fue habitual en ellos el consumo de marihuana y otras drogas, junto con experiencias de meditación. Decididos a formar sus propias comunidades, la primera en su tipo resultó uno de los grandes experimentos sociales de todos los tiempos. Se la llamó Drop City y se destacó, además, por ser una “ciudad” formada por construcciones geométricas, realizadas a partir de productos reciclados y formas de pura ingeniería.
En el Moro, al este de Trinidad, Estado de Colorado, funciona hoy un taller de camiones. En ese mismo lugar, sin que nada lo delate, hace dos décadas albergaba unas pocas construcciones conocidas como “zomes”, las cuales formaron Drop City. Las más llamativas eran cúpulas geométricas multicolores, con caparazones armados con capotes de coches, tapas de botellas o cualquier otro tipo de desperdicio.
Si bien la última de aquellas viviendas se demolió en 1990, la comunidad existió por apenas siete años, hasta que el hippismo comenzó a estar pasado de moda. Así pasó de ser un referente artístico internacional a ser una comunidad empobrecida, hasta el abandono del último de sus miembros fundadores, convencido de que se habían pervertido sus preceptos originales.
Del tiempo del “Drop” a la época de los drones
La definición más común de “drop” es la de gota o la de caerse. El “Drop-Art” nació en 1961, de la mano de estudiantes de arte de la Universidad de Kansas, que a partir de reuniones a las que llamaron “happenings” improvisaron su primera “obra”: lanzar rocas pintadas desde el techo de la residencia de estudiantes.
Que ésto derivase en una comunidad hippie fue de la mano de dos representantes de esta vanguardia artística, quienes compraron por 450 dólares el terreno donde se asentaría “Drop City”.
Las viviendas del lugar fueron planificadas siguiendo las ideas arquitectónicas de Buckminster Fuller, filósofo americano y arquitecto que ideó unas cúpulas geodésicas llamadas “zomes”, las cuales los habitantes de Drop City materializaron por medio de distintos materiales a su alcance: desperdicios, residuos, madera de centros mineros abandonados, desguaces, etcétera. Se trataba de estructuras formadas a base de tetraedros, octaedros y conjuntos cerrados de esferas, extremadamente ligeras y estables, que servían de zonas comunes de trabajo y recreo y, en algunos casos, albergaban dormitorios. Después de que los primeros pobladores construyeran tres cúpulas geodésicas, un ingeniero de Nuevo México -Steve Baer- los ayudó a resolver nuevos modelos, basados en un zonohedron, una forma geométrica de tipo poliedro, más fácil de montar.
El ingenio con que planteaban sus innovaciones arquitectónicas lo llevaron, incluso, a incorporar paneles solares e hicieron que la comunidad ganara notoriedad. El propio Fuller les entregó su prestigioso premio Dymaxion, para “logros estructurales poéticamente económicos.” En 1967, la población de Drop City llegó a 10 habitantes y un año después un cartel colocado al ingreso daba más detalles de la misma: 13 adultos, 3 niños, perros, gatos y gallinas. En 1973 se retiraría su último habitante.
La única verdad
Drop City enfrentó varios obstáculos. La tierra donde estaba asentada era imposible de labrar, por lo que sus habitantes no pudieron autoabastecerse de comida. Por otra parte, su popularidad hacía que cada vez más gente se sumase al proyecto, pero sin tener conciencia real de su espíritu. El punto de inflexión sería la celebración del Joy Festival, en 1967, que produjo una avalancha de personas y convirtió a Drop City en una comuna hippie con sexo libre, drogas y música psicodélica.
Algunos de sus miembros abandonaron el proyecto y el resto no tardó en hacerlo, dejando unos pocos habitantes en condiciones insalubres. Pronto el lugar se convirtió en un pueblo fantasma. Para 1973, se había convertido en “la primera ciudad fantasma geodésica del mundo”, en palabras de uno de sus fundadores.
La casa, el presente
En este momento, un documental y varias exposiciones rescatan la historia de Drop City. También es cada vez mayor el número de libros y artículos de revistas que hacen referencia a la comuna. “Tiene una especie de estatus de leyenda, dado lo efímero y utópico que era. Hay algo hermoso sobre los intentos de imaginar una arquitectura diferente para la civilización, tratando de crear algo de la nada”, se dice.
“Muchos pensábamos que Drop City iba a llegar a ser un lugar familiar a largo plazo y podría pasar allí el resto de mi vida”, evoca en estos tiempos uno de los primeros habitantes del lugar. “Al final resultó, como la mayoría de los grupos comunales de los ‘60, un episodio en la vida de las personas”, agregó con nostalgia.