Ingresar al predio -que se halla vedado a cualquier tipo de visita y que sólo da paso a vándalos que se las ingenian para llevarse algo o destruir las instalaciones- fue posible gracias una gestión del delegado municipal de la localidad ante los propietarios del inmueble, permitiendo a un reducido grupo de invitados a recorrer las instalaciones.
Hay una sensación inicial de asombro ante la variedad de edificios, desde las casillas de vigilancia -destruidas-, pasando por la señorial mansión donde se alojaba el gerente, también abandonada pero conservando maravillas como su escalera de madera, las grandes naves donde funcionaba el frigorífico y la gran rampa de hormigón que servía para hacer llegar al ganado a las salas de faena.
Se tiene además un fuerte impacto paisajístico. El frigorífico está implantado en medio de un gran parque, con árboles centenarios, diseñado por el mítico Carlos Thays, contratado por el empresario Ernesto Tornquist, presidente de la compañía, en 1900.
Cuando se camina por los senderos que unen las distintas instalaciones se escucha de manera constante un sonido singular, como si hubiese un arroyo o una cascada. Uno piensa en las aguas del Sauce Chico. Pero enseguida nos señalan el error: no es el sonido del agua, sino de los cientos de árboles movidos por el viento.
Apenas se ingresa al predio puede observarse un pequeña locomotora, pintoresca y completamente destartalada. Podría ser un lindo componente si no fuera que es un símbolo contundente de la falta de atención y consideración por un elemento tan significativo. Es la única de las tres locomotoras a vapor que se conserva en el lugar, adquirida en 1903, encargada de transportar la carne desde la planta hasta el muelle, tirando hasta diez vagonetas de madera.
La empresa las numeró I, II y III y cada una tenía su designación de fábrica: 4809, 4810 y 5742. De la I no se sabe nada. La II es la que aparece desmantelada en el acceso al frigorífico. La III fue vendida a empresarios alemanes que la llevaron a su país, la reacondicionaron y hasta hoy utilizan con fines recreativos y turísticos.
Las fotos sin dudas hablan mejor que cualquier descripción. Muchos sitios parecen haber quedado en estado de abandono de un día para otro, sin tiempo a desarmar o desalojar los ambientes. Eso genera que espacios como una cocina conserve su equipamiento, se mantengan los tarjeteros de los trabajadores, sus casillas y otras instalaciones, afectadas, claro, por el paso del tiempo, la falta de cuidado, los robos y los daños.
Otra sensación que se tiene es entender la complejidad que supone vender el complejo, encontrar inversores pensando en un nuevo destino. Como frigorífico podría funcionar en parte, ya que hay un sector de cámaras frigoríficas y depostación en buenas condiciones. Después hay miles de metros cuadros que se podrían reciclar para nuevos usos, el lugar hace suponer el desarrollo de una suerte de programa integral y diverso.
La firma Adrián Mercado, una de las inmobiliarias más importantes del país, tiene en su cartera la venta del lugar, incluso publicado en el sitio Mercado Libre, con lo cual se supone que su promoción tiene alcance mundial.
En ese sitio web aparece un precio de venta de 17 millones de dólares. Desde la firma explican que ese valor no es el verdadero, sino que se trata de un “juego de números” que surge del algoritmo de esos portales que sugieren como “un valor posible”, que nada tiene de real.
“El valor de la propiedad ronda aproximadamente los 5 millones de dólares”, nos señalan desde la firma.
También aseguran que ha habido “unos cuantos interesados” en las instalaciones, mayormente empresas multinacionales. ¿Cuál es la gran traba que surge la mayoría de las veces? El panorama económico del país, cada vez más incierto y variable. “Las empresas siempre están en duda si es viable o no invertir en Argentina. Hubo varios grupos asiáticos atraídos por el potencial marítimo del lugar y la extensión del predio, pero hasta ahora no hay nada confirmado”, explican.
La publicación de la propiedad da los siguientes detalles: “Importante Propiedad Ex Frigorífico. Superficie cubierta 55.000 m², todos los servicios, 1.800 hectáreas con salida al puerto de Cuatreros y varios metros de frente a un brazo marítimo del estuario de la bahía. Posee galpones de almacenaje, piletas y saladeros, sala de máquinas, cámaras frías. Una superficie de 500 m2 de oficinas y sectores operativos que se destinaban a los procesos de faenamiento hasta el envasado del producto. La capacidad de faena era, en promedio, de 7000 cabezas mensuales. Pisos de hormigón, alumbrado en el predio, manga para ganado, transformadores”.
Otro de los elementos que dan cuenta del proceso destructivo son los restos de uno de los clásicos camiones de reparto de la CAP, el cual se puede apreciar en movimiento en la década de 1960. Hubo varios modelos distintos.
Hace unos años la editorial Salvat sacó a la venta una colección de autos antiguos e incluyó “El camioncito de la carne”, con su clásica cabina plateada, utilitario con motor Ford de 4,8 litros, que medía 5,18 metros de largo, 2,13 de ancho y 1,88 de alto. Cargaba hasta 2,6 toneladas de carne y productos derivados.
La génesis de la revolucionaria “industria del frío” instalada en Daniel Cerri data de 1900, cuando la localidad todavía tenía el nombre de Cuatreros (lo cambió en 1943) y la compañía Sansinena su casa central en Avellaneda, a orillas del Riachuelo. Simón Gastón Sansinena fue un pionero que aprovechó las tecnologías para enfriar las carnes en los barcos de ultramar. Cuando en 1891 convirtió su firma en sociedad anónima se incorporaron a la misma Pedro Luro y Ernesto Tornquist. La empresa veía a Bahía Blanca como una alternativa interesante, pensando en disponer de un puerto propio, una salida al mar para la exportación de los muchos productos elaborados por la empresa.
En 1900 varios directivos llegaron a la ciudad, incluido su presidente, Ernesto Tornquist, para estudiar la zona, donde además Tornquist poseía miles de hectáreas de terreno. El encargado de aportar la mirada técnica fue el ingeniero Luis Huergo, uno de los más prestigiosos profesionales de la época, autor del proyecto del puerto de Buenos Aires que compitió, a fines del siglo XIX, con el presentado por el empresario Eduardo Madero. El visto bueno del profesional fue suficiente para confirmar la construcción del frigorífico, que comenzó de inmediato. Se habilitó en 1903, ocupando en pocos meses unos 800 empleados.
Además de sus modernas instalaciones, la empresa construyó su propio muelle, ubicado a 3 kilómetros de la planta, al cual llegaba mediante un ferrocarril con vías trocha angosta y un plantel de tres locomotoras a vapor y varias vagonetas de madera (ver recuadro página anterior).
El complejo tenía playa de faena para vacunos y ovinos, corrales de encierre, bretes de clasificación de tropas, saladero de cueros, graserías, preparación de las menudencias, procesamiento de tripas y una sección para elaboración de jabón Aguará, nombre de una de las dos estaciones ferroviarias del pueblo.
Sansinena se ocupó además de instalar una cadena de carnicerías en Bahía Blanca y producía conservas de frutas y verduras. Tenía sucursales en Londres, París, Liverpool, Santos, Le Havre y Dunkerque. Todos sus productos -carne, latas, recetarios, botellas- eran marca La Negra, identificadas con una mujer negra de perfil, con su cabello atado (luego se agregaría un pañuelo rojo de lunares blancos) y un gran aro en su oreja con la letra S.
En 1906 las ventas se expandieron y se formaron varias sociedades en Europa, como La Compagnie Française Sansinena de Viandes Congelées en Francia, la Compagnie Belge y la Fleisch Einfuhr Gesselscahft de Alemania. Para fines de los años 30 contaba con 200 sucursales en Capital Federal, Gran Buenos Aires y otras ciudades.
El frigorífico producía 40 clases de fiambres y cortes porcinos, 25 clases de embutidos, conservas enlatadas, harinas de carne hueso y la exportación mensual de 40.000 reses ovinas y 20.000 vacunas.
De todos modos su historia fue caótica. Entre 1911 y 1917 las actividades de exportación fueron paralizadas y en 1929 hubo una enorme reducción de personal. En 1939 los embarques de carne se suspendieron y la firma alquiló las instalaciones para el embarque de frutas hasta 1947, cuando la exportación de carne se reinició. En 1952 se produce la transferencia a la Corporación Argentina de Productores de Carne (CAP), que genera producciones récord, alcanzando a ocupar 1.200 operarios.
En 1956 un incendio destruyó gran parte de las instalaciones. La actividad se redujo hasta su reconstrucción, incorporando nuevas actividades: producción de vinos, dulces y subproductos con desechos (jabón, fertilizantes, alimentos para aves). En 1961 el vapor Defoe embistió el muelle y lo tornó inoperable. En 1964 se procedió a su cierre definitivo, debido a que el dragado necesario para el calado de los grandes busques era una inversión no rentable. En 1973 el Gobierno Nacional intervino la entidad hasta 1989, cuando decidió poner punto final a sus actividades. Durante 1990-1992 lo alquiló el frigorífico Ramallo. Entre 1992 y 1996 la actividad se paralizó hasta que se hizo cargo la firma paraguaya Translink, que lo explotó hasta 2000, cuando se decretó su quiebra y cierre.
Las instalaciones fueron rematadas en 2007 y adquiridas en 861.000 dólares por “Prensadora Quilmes”, dedicada a “demoliciones, desguaces y prensado de chatarra y chapa”. Desde entonces el complejo está en venta.
En 1952 la escritora Berta Gaztañaga publicó el libro de sonetos Ciudad de Siete Puertos. Uno de esos puertos era puerto Cuatreros, un muelle de madera de 152 metros de extensión. El resto de los puertos considerados eran los de Ingeniero White, Galván, Muelle Nacional, puerto Belgrano, puerto Rosales y (posiblemente) el puerto de la Esperanza, en la desembocadura del arroyo Napostá.
En enero de 1970 vecinos amantes de la pesca deportiva fundaron el Club de Pesca y Náutica Gral. Daniel Cerri, ubicado en el espigón de madera de 6,50 m de ancho, donde se practica pesca deportiva. La tranquilidad y el silencio del lugar, más algunas coloridas lanchas apostadas en el sitio, contrastan con los enormes buques que llegaban al lugar y el movimiento de trenes transportando toneladas y toneladas de productos con destinos a varios países del planeta. Desde el muelle se pueden ver, además, los más atractivos y coloridos atardeceres del estuario.
La municipalidad de Bahía Blanca analiza por estos días un pedido realizado por vecinos y entidades locales para recuperar las instalaciones del frigorífico, por considerarlas uno de los bienes patrimoniales locales más relevantes. La idea es parte de una solicitud de rescate elevada en 2016 por el curso “Museos y Memoria, los objetos cuentan su historia”, del Programa Universidad para Adultos Mayores Integrados (UPAMI).
Se proponen distintas acciones para recuperar las instalaciones y concretar un inventario de muebles e inmuebles, “ejerciendo todas las acciones posibles para preservarlos”.
La propuesta hace una comparación con un frigorífico de similares características ubicado en Fray Bentos (Uruguay), transformado en un pequeño parque industrial, que aloja varias pymes y un Museo de la Revolución Industrial. Esa recuperación fue tan impactante que la UNESCO le dio al lugar categoría de Patrimonio de la Humanidad. El paralelismo entre ambos modelos “hace posible creer en un mejor destino que el actual”.
Se habla de expropiación, se menciona la posibilidad de negociar con los propietarios, se plantea unir voluntades del sector público y privado. No es un objetivo simple de conseguir, pero nada es peor que la quietud y el olvido al que parece estar hoy condenado el lugar.