El sitio de la construcción del sur argentino

Diciembre 2017 - Año XXVII
Al borde de la línea

El obelisco porteño: el símbolo que supimos concebir

por Ing. Mario R. Minervino

¿Dónde tenía la ciudad guardada

esta espada de plata refulgente

desenvainada repentinamente

y a los cielos azules asestada?

Baldomero Fernández Moreno

Los primeros días de 1936 el arquitecto Raúl Prebisch recibió una carta del abogado Atilio Dell’Oro Maini, por entonces secretario del intendente municipal porteño, Mariano de Vedia y Mitre. En el escueto escrito el funcionario le pedía asesoramiento técnico para construir un obelisco, para emplazar en la flamante Plaza de la República, reducida rotonda donde se cruzaban las avenidas Corrientes, Saénz Peña y la todavía inexistente 9 de Julio. “He propuesto al intendente una idea que él ha recogido con todo entusiasmo: construir un obelisco”, refería la nota.

De Vedia y Mitre, descansa en Bahía Blanca

Mariano de Vedia y Mitre falleció en 1959 y fue inhumado en el cementerio de La Recoleta. Hasta hoy se lo refiere como impulsor de la gran reforma urbana de Buenos Aires, con el ensanchamiento de Corrientes, la apertura de la avenida 9 de Julio y el obelisco. Estaba casado, en terceras nupcias, con Elena Caronti, nieta de Felipe Caronti, uno de los más destacados vecinos de Bahía Blanca. Por esos sus cenizas fueron depositadas en el panteón de los Caronti, en la necrópolis porteña. Lo curioso fue que 1972 los restos de esa familia –Felipe, Luis y Juan, entre otros—fueron traídos a Bahía Blanca, como resultado de una iniciativa impulsada por la Asociación Bernardino Rivadavia, de la cual Luis fue co-fundador. En esa “mudanza” también llegó De Vedia y Mitre, a su inesperado lugar de reposo eterno.

Dell’Oro Maini, por su parte, también tiene relación con Bahía Blanca: fue quien firmó, junto con el presidente Pedro E. Aramburu, el decreto fundacional de la Universidad Nacional del Sur, en enero de 1956. Para la inauguración de la Casa de Altos Estudios llegó a nuestra ciudad en representación del gobierno nacional, participando del trascendental acto en el edificio de la avenida Colón 80.


Fue el principio de una gran polémica, que involucró a la prensa, profesionales, intelectuales y políticos, y que no se extendió por más tiempo porque De Vedia mandó construirlo con tanta rapidez que para cuando el asunto se volvió más ríspido la obra estaba terminada.

Al igual que con la torre Eiffel de París, erigida en 1899, el obelisco fue considerado un adefesio y hasta se ordenó demolerlo un par de años después de inaugurado. Pero como aquella obra de hierro en París, ésta de hormigón armado también terminó por imponerse.

Los obeliscos

La palabra obelisco deriva del griego y significa “aguja”. Se trata de un monumento pétreo, con forma de pilar y cuatro caras trapezoidales, rematado en una pequeña pirámide.

Su uso como elemento significativo se debe a los egipcios, que realizaron el primero unos 2.550 años aC, en época del faraón Userkaf. Los obeliscos de esta civilización se tallaban en un solo bloque de piedra (monolíticos) y generalmente se colocaban de a pares, en la entrada de los templos. Se los consideraba rayos petrificados de Atón, el dios solar, y representaban la unión entre los mortales y sus dioses, una flecha de la tierra hacia el cosmos.

Para admirar estas obras, cuidadosamente talladas en sus caras con jeroglíficos, no es necesario ir a Egipto. Durante el imperio romano –que ocupó ese país– decenas de ellos fueron llevados a Roma, donde conforman uno de sus principales atractivos. Es el caso de los ubicados frente a la basílica de San Juan de Letrán, en la piazza del Popolo, frente al Panteón y en la Plaza de la República.

Otro muy reconocido es el de la Plaza de San Pedro, en El Vaticano. Se cree que estuvo situado en la antigua capital egipcia de Heliópolis, desde donde el emperador Octavio lo trasladó a Alejandría. En el 37, Calígula decidió su traslado a un circo de su propiedad, en la colina vaticana. En 1586 el Papa Sixto V lo hizo trasladar a la Plaza, tarea que demando un año de trabajo y que hizo pensar la complejidad que debe haber tenido su mudanza desde Alejandría, quince siglos antes.

Nuestro obelisco, cuestionado

De acuerdo a estudiosos de la vida de Prebisch, la idea de construir un obelisco en la plaza de la República planteada por Dell’Oro Maini no disgustó al arquitecto. Un viaje a Washington realizado un tiempo antes por el profesional fue clave al momento de pensar su diseño, con la imagen del erigido en esa ciudad norteamericana en 1884, el más alto del planeta.

Ubicar el obelisco en el cruce de la recién ensanchada avenida Corrientes suponía generar una nueva centralidad en Buenos Aires, desplazando el eje histórico que conformaba la avenida de Mayo. La obra fue incluso anterior a la decisión de De Vedia y Mitre de ensanchar la avenida 9 de Julio, en la que sería la última gran transformación de la Capital.

Prebisch se apresuró a dibujar su obelisco, rodeado por un fondo de edificios de alturas uniformes, en una especie de plaza cerrada donde la obra imponía con presencia. Apenas conocido el proyecto comenzó la polémica. Se objetó su sentido abstracto (“Está vacío de significado”, dijo el ingeniero agrónomo Benito Carrasco), se criticó que fuera de hormigón armado revestido en piedra (los modelos egipcios eran monolíticos y de piedra), y que tenía una altura “excesiva”.

La propuesta se politizó, y la oposición arremetió con furia contra la obra, por considerar que tampoco había sido puesta a consideración del Concejo Deliberante. “Estoy completamente seguro del efecto final de mi obra y que por sí sola acabará con toda las objeciones”, señaló Prebisch, férreo defensor del proyecto.

El ingeniero Antonio Vilar, otro hacedor de la arquitectura moderna, ganador del concurso que generó decenas de estaciones de servicio del Automóvil Club Argentino, felicitó a Prebisch por esa defensa frente a la que calificó de “histérica crítica”, a la cual, además, señaló como cargada “de mala fe e ignorancia”.

Horacio Butler, otro que se manifestó a favor, señaló que el monumento “sería hermoso como la torre Eiffel” y que su ejecución era “una idea feliz”.

El poeta Macedonio Fernández comentó que era “la obra que necesitaba la ciudad” y la escritora Victoria Ocampo mencionó que le gustaba “porque sí”. Ezequiel Martínez Estrada, autor de Radiografía de la Pampa, fue en cambio muy agresivo con la propuesta, aunque reconoció que era adecuado para Buenos Aires, como “blasón de una ciudad cosmopolita, sin alma ni carácter”.

La obra, en buenas manos

Uno de los aciertos de Prebisch fue la contratación de la constructora GEOPE SA. La firma, de origen alemán, tenía experiencia en el manejo del hormigón, sobre todo considerando que la base del obelisco tenía una importante complejidad, ya que debía sortear las bóvedas de los túneles del subterráneo. GEOPE –que en el obelisco trabajó junto a Siemens Bauunion y Gruen y Bilfinger– tenía en su haber el edificio de Correos, el colegio Nacional, la fábrica Ferrum de Avellaneda, el edificio Tornquist, la galería Güemes y la fábrica Noel, entre tantísimas obras. Unos años antes había terminado la usina San Martín de Ingeniero White, edificio conocido como “El Castillo”, y años después construiría los estadios de fútbol de Boca Juniors (La Bombonera) y Racing Club.

Apenas 31 días demoró en construir el obelisco, entre marzo y mayo de 1936. Consumió 675 m3 de hormigón, el 61% en las fundaciones, elaborado con cemento Incor –de la Compañía Argentina de cemento portland– de endurecimiento rápido.

El obelisco, hueco, alcanza 67,50 metros de altura, con una base cuadrada de 7 metros y un achique en su desarrollo, para rematar con una pirámide de 3,50 de base y 4,50 m de altura.

Un tema singular fue el diseño de las fundaciones, que obligó a trazar dos conjuntos de bases, una a cada lado de la bóveda del túnel de la línea D de subterráneos, para sostener un emparrillado de cinco vigas y una losa, sobre la cual se apoya el monumento.

Terminado el hormigón se procedió a su revestimiento con piedra, buscando darle un aspecto cercano a los obeliscos egipcios. Se utilizaron 1.400 m2 de piedra de Córdoba Olain, provista por la cantera Germán Blanco SRL. El revestimiento se colocó en 23 días, a un promedio de 60 m2 por día. Con ese aspecto, blanco y radiante, fue inaugurado el 23 de mayo de 1936.

Genio y figura

Retirados los andamios, el obelisco podía verse desde varios sitios, sin que eso significara que se ganara la simpatía de alguien. Por el contrario, siguió siendo centro de críticas y comentarios. La revista Caras y Caretas, por caso, mencionó que se trataba de una obra “fría y desmesuradamente grande”. También lo llamó “rascacielos sin balcones” y se indicó que los artículos criticando su ejecución “eran más numerosos que las boletas socialistas independientes que sobraron en las elecciones”. También era centro de enojo el “engaño” de ser de hormigón pero revestido en piedra. “Será feo sin atenuantes. Será feo con premeditación y alevosía”, se anticipó.

Los cambios

Los 1.400 m2 de piedra blanca no fueron bien colocados. En 1938, a dos años de la ejecución, se desprendieron dos filas completas de una de las caras. La situación causó alarma, por el riesgo que significaba, y también preocupación, ya que anticipaba una falla en su fijación.

La situación, sin embargo, se extendió por 5 años. Recién en 1943 se tomó la decisión de retirarlas y que el hormigón quedara escondido detrás de fino revoque preelaborado por la firma Iggam. Sobre el mismo se dibujaron buñas, simulando las uniones entre las ahora inexistentes piedras. Tiempo después se pintó con impermeabilizantes incoloro.

Desde entonces poco ha cambiado. Se la ha cercado con una reja, para evitar pintadas y agresiones, es el punto de reunión en manifestaciones deportivas y cívicas, y ha logrado consolidarse, según esperaron sus creadores, como símbolo del país y nueva centralidad de Buenos Aires.


“Rayo de luna o desgarrón de viento

en símbolo cuajado y monumento

índice, surtidor, llama, palmera.”

Baldomero Fernández Moreno


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