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Louis Henry Sullivan y el banco “más hermoso del mundo”
“Es un edificio que verá incluso quien no entienda nada de arquitectura. Es imposible no volver la mirada hacia él y decir: Por amor de Dios, ¿qué hace una obra como ésta en una pequeña ciudad?”.
Larry Millet, historiador de arquitectura.
No era el mejor momento de Louis Henry Sullivan aquel año 1907. Cumplidos sus 50 años de edad, su vida estaba apenas poco menos que a la deriva: sin trabajo, sin socio, en bancarrota, entregado al alcohol, exacerbado su mal carácter, viviendo en un modesto hotel y abandonado por su mujer.
Su legado
Sullivan tenía 24 años de edad cuando construyó su primera obra: el Gran Opera House, en Chicago. Luego siguió un conjunto de casi 200 edificios, entre ellos los rascacielos que generaron la denominada Escuela de Chicago, primer grito de modernidad del mundo. Son parte de su trabajo el Auditorium de Chicago (1887, con Dankmar Adler), el Wainwright (St. Louis, 1890); el Guaranty (1894, Buffalo); los almacenes Carson, Pirie, Scott (Chicago, 1899); el Chicago Stock Exchange, Chicago, 1893); el Bayard-Condicy (New York, 1897) y las jewel boxes: el edificio Henri Adams de Algona; el Merchant National Bank de Grinnell, el People Savings Bank de Cedar Rapids, el Home Building Association Company de Newark, la People’s Federal Saving de Sidney, el Purdue State Bank de Werst Lafayette y el Farmer and Merchants Union Bank de Columbus. Cada uno, una obra de arte.
Su nombre y prestigio habían quedado perdidos en el tiempo y la arrasadora ola de historicismo y eclecticismo que dominaba la arquitectura norteamericana desde fines del siglo XIX había sepultado su maravillosa obra, el primer grito de modernidad de los Estados Unidos de Norteamérica, desarrollado en Chicago a partir de una tipología inédita como fueron
los rascacielos.
En esas circunstancias recibió el llamado por Carl Bennet, un hombre de negocios con alma de artista —apasionado por la música— quien había postergado su vocación humanística por respetar la voluntad paterna de trabajar con el patrimonio familiar. Bennet conocía, como cualquiera que hubiese visitado Chicago, cuna de los rascacielos, el nombre de Sullivan, a partir de sus impactantes edificios, en particular el célebre Auditorium, uno de los tantísimos trabajos que realizó en sociedad con el ingeniero
Dankmar Adler.
Por eso no dudó ni consideró en requerir los servicios de Sullivan para un trabajo que podía considerarse “menor”, si se tenía a la vista esa carpeta de su trabajo.
Se trataba de erigir una modesta sede bancaria en Owatonna, Minnesota, a 600 kilómetros de Chicago, localidad que en la actualidad cuenta con unos 24 mil habitantes y que reunía, entonces, apenas un puñado de casas alrededor de una plaza, recostada sobre un manantial de aguas cristalinas al que los indígenas asignaban extraordinarias propiedades.
La jugada de Bennet era recurrir a un “artista de marca” para jerarquizar el poblado a partir de una propuesta de arquitectura. Cuando Sullivan aceptó el trabajo ya tenía definida en su cabeza la forma del National Farmer’s Bank, llamado a ser considerado —con el tiempo— “el banco más hermoso del mundo”, el primero de varios que diseñaría Sullivan en los siguientes diez años, conjunto que hoy se conoce como los “jewell boxes” (cofres de joyas).
El edificio, una obra maestra del organicismo
Siempre es una temeridad definir a una persona, situación, libro o lo que fuere como “la mejor del mundo” o “la mejor de todos los tiempos”. Significa más establecer una polémica que obtener contundencia en la aseveración. Sin embargo, el banco de Owatonna parece soportar semejante calificativo. El arquitecto tucumano César Pelli lo ha mencionado como “una obra maestra” y, para no ser avaro, agregó: “Es una de las cosas más bellas que cualquier arquitecto haya diseñado nunca”.
Con el banco de Owatonna, Sullivan decidió desarrollar una propuesta ligada a la pradera norteamericana, a los materiales del lugar, al entorno y a las formas simples, en un intento por plantar bandera frente al neoclasicismo que estaba dando a todos los bancos la curiosa estampa de los templos griegos y romanos. Fue uno de los primeros esbozos de lo que Frank Lloyd Wright llevaría a su máxima expresión con el nombre de “arquitectura orgánica”.
El crítico e historiador William Curtis asegura que “si hubo una obra que destiló el sueño norteamericano de un capitalismo democrático enraizado en la tierra, esa obra fue el National Farmers Bank de Owatonna, paradigmático para los arquitectos
de la Pradera”.
Sullivan, considerado padre de los rascacielos y autor de la consigna “la forma sigue a la función”, metía así mano en tierra rural, sin resignar un ápice de su talento. “El edificio es el más aferrado a la tierra: es imposible no advertirlo de lejos y no desear observarlo de cerca, con su refinado aparato decorativo de inspiración naturalista que se funde con la estructura arquitectónica”, detalla Mónica Colombo en el libro Colección Maestros de la Arquitectura (Salvat, 2011).
Curtis explica la obra de la siguiente manera: “Masa baja y práctica de ladrillo marrón, perforado con audaces arcos que llevan luz al interior. Modesto en su tamaño, el edificio es monumental en efecto y muestra una institución cerrada como un centinela de seguridad y el decoro de la comunidad agrícola”. Sullivan volvía a recurrir al sistema tripartito de sus rascacielos: un basamento de piedra arenisca con huecos profundos (evocando las ventanillas de los cajeros), los arcos por encima (realzados con molduras de cobre) y el vuelo de la superficie mural en la coronación. La combinación, finaliza Curtis, “deificaba la vida cotidiana norteamericana”, en respuesta a las obras academicistas que se multiplicaban en todo el planeta.
El interior se hizo abierto y transparente, un espacio único inundado por la luz. “Muros oros rojizos y verdes amarillentos, colores inspirados en la pradera, en sus diferentes estaciones. El ornamento es elaborado, especialmente las lámparas, con guirnaldas de vegetación metálica y globos bancos”, detalla.
Como un cofre de riquezas, el banco evocaba un cielo abstracto flotando sobre un basamento pegado a la tierra, enraizado en el corazón de su país. La propuesta no tuvo el impacto que Sullivan soñaba, en un país inclinado a los modelos griegos y romanos. Edificios a los que pocos prestan hoy atención, arrasados por el modesto edificio que se florea como el más hermoso del mundo, casi perdido en un pueblo de pradera.
El final
Sullivan nunca tuvo reparos en hacer públicos sus pensamientos, ensayando duras críticas contra sus colegas academicistas. Eso le valió un penoso aislamiento, que se sumó a su adicción al alcohol, su desastroso manejo financiero y una baja en su trabajo. Sus últimos años de vida los pasó prácticamente en la indigencia. No cayó más bajo gracias a amigos que se preocuparon por él, desde Sidney Adler, el hijo de su ex socio en Chicago, hasta el propio Frank Lloyd Wright.
La tarde del 16 de abril de 1924 su corazón se detuvo mientras leía unas notas en la habitación que ocupaba en el hotel South Side. Sus biógrafos mencionan que sus hijos encontraron en su cuenta bancaria un saldo de 189 dólares. Su nombre estaba destinado a figurar con letras de molde en todos y cada uno de los escritos sobre la historia grande de la arquitectura.
Otras obras
Los bancos encontraron, a fin del siglo XIX y principios del XX, en el estilo clásico el lenguaje para manifestar seriedad y prestigio entre quienes les confiaban su dinero. Los siguientes ejemplos contraponen dos instituciones bancarias de Filadelfia con las propuestas de Sullivan.
En esta línea podemos mencionar la sucursal Bahía Blanca del Banco Español del Río de La Plata (1908, actual Bolsa de Comercio, ubicada en avenida Colón y Estomba), edificio de líneas historicistas.