El sitio de la construcción del sur argentino
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Louis Faure Dujarric. El señor de los anillos
on 34 años de edad, cansado por su viaje de más de 12 horas en tren, una lluviosa mañana de noviembre de 1909 llegó a la estación Bahía Blanca Sud, en el servicio “vía Lamadrid”, el arquitecto francés Louis Faure Dujarric. Traía en sus manos un modesto equipaje personal y un baúl cargado con planos de telas en los cuales había diseñado una estructura urbana para la Bahía Blanca del futuro, en base a tres caminos en círculo y un importante juego de diagonales.
El hombre que años después diseñaría la cancha central de Roland Garros, la tribuna principal del hipódromo de Palermo, la estación ferroviaria de Retiro y el asilo Saturnino Unzué de Mar del Plata –entre otras obras– se aprestaba a convencer a los funcionarios municipales y concejales de que la ciudad más importante del sur de la provincia podía ser, a futuro, “la París argentina”.
Dujarric, en obras
“Dujarric era poco menos que un dandy, una suerte de gentleman, siempre impecablemente vestido y montado en su Rolls Royce”.
Faure Dujarric no estuvo demasiado preocupado en esperar una respuesta del municipio bahiense a su propuesta urbana. Ese mismo año, 1909, cerró contrato con las hermanas Concepción y María de los Remedios Unzué, para proyectar un asilo de huérfanos en Mar del Plata, en memoria de su padre, Saturnino Unzué, obra que se inauguró, con la presencia del presidente Roque Sáenz Peña, en 1911. También diseñó, para María Unzué, mujer de Ángel Torcuato de Alvear, el castillo San Jacinto, en Dolores, una mansión de 40 habitaciones y 20 baños ( ya demolida).
Un año después, 1910, la comisión directiva del aristocrático hipódromo Argentino (hoy Palermo), lo convocó para rediseñar la tribuna principal de ese centro hípico, todavía en uso. Asociado con el arquitecto inglés Robert Prentice, diseñó la ampliación de la terminal ferroviaria en Retiro del Ferrocarril Central Córdoba, luego convertido en la línea Belgrano.
Cerrada su etapa constructiva en Buenos Aires –que incluye numerosas residencias particulares y chalets–, Dujarric regresó a Francia en 1914, donde siguió desplegando su arte en obras tan variadas como emblemáticas.
El estadio de tenis principal de Roland Garros, el estadio olímpico de Colombes, las instalaciones del Racing y la tienda Aux Tríos Quartiers, entre tantísimos, son fruto de su trabajo. Faure Dujarric, amante de la buena vida y de bajo perfil profesional, murió en París, en 1943, a sus 68 años de vida.
El plan
Fue el intendente Jorge Moore quien contrató a Dujarric para que la ciudad contara con su primer plan ordenador, a partir de una visión “estética y científica” que permitiera establecer un orden de crecimiento urbano, racional y propio de las urbes modernas. El arquitecto francés, formado en la Escuela de Bellas Artes de París, y llegado al país en 1905, no tenía dudas en su propuesta: la modernización de la capital de su país era un modelo demasiado tentador como para no considerarlo. La monumental intervención del barón Haussman, que alteró gran parte de la ciudad medieval, rediseñó la Place de l’Etoile y creó largas avenidas con perspectivas hacia monumentos, sería más simple de aplicar en una ciudad en damero, con grandes extensiones de tierra en su periferia sin ningún desarrollo.
Un diario de la época dio cuenta de la llegada del arquitecto y manifestó su entusiasmo ante un profesional de renombre que planificara el futuro. “Somos entusiastas de este gran impulso hacia la expansión armónica que se quiere dar a la ciudad, por mucho sacrificio y obstáculos que plantee. Una ciudad con semejante potencialidad como la nuestra debe prepararse para no tropezar con los inconvenientes que han perturbado a otras, donde la previsión no abrió rumbos ni trazó límites”, se mencionó. También se reflexionó que “todo el dinero que se gaste hoy en encauzar el desarrollo material, delineando avenidas, paseos, vías en general y reglamentando la construcción será escaso comparado con el caudal que se necesita para descongestionar el tráfico, dar entrada a la luz, al aire y formar parajes de recreo cuando ya la población sea compacta y la valorización de la tierra mayor”, se agregó.
Los bahienses de entonces tenían una particular escala. Para la mayoría, por caso, construir el Teatro Municipal en Alsina y Dorrego era poco menos que una locura, “considerando su lejanía de la plaza Rivadavia”, y solo la calidad de “obreros” justificaba los primeros barrios “del otro lado del Napostá”.
Por eso, Dujarric debía trasmitir a concejales y vecinos una idea que exigía imaginación y entusiasmo, fe y optimismo. Su presentación en el Concejo Deliberante estuvo caracterizada, de acuerdo al comentario de un testigo, de “colosales proyecciones”, y resultó “reveladora de la mayor fe en los progresos ilimitados de Bahía Blanca”.
En su propuesta, Dujarric había “escrudiñado un futuro lejano” y a partir de su “rica imaginación de artista” estableció “las premisas exactas de la grandeza material de Bahía Blanca”. El profesional desplegó un enorme plano realizado en tela, para mostrar cómo el trazado existente aparecía rodeado de tres amplias avenidas concéntricas y de diagonales enlazando esos anillos. También, decenas de elegantes roind point y amplios parques, “todo un conjunto de bellezas que son el complemento más hermoso para ciudades vigorosas y ricas”.
Un programa sencillo
“Señor intendente, el trazado que propongo responde a un programa sencillo: las ciudades, como toda organización humana, necesitan un plano, de manera que sus partes concurran a un resultado de comodidad”, comenzó diciendo Dujarric, para detallar que, si hasta ese momento “la planimetría había sido al azar”, un elemento había llegado para modificar y exigir respuestas científicas. “Quiero hablar de la celeridad de la circulación, de la necesidad absoluta de ir un punto a otro en el menor tiempo posible, no solo para las personas que tienen un objeto en particular sino también para la aceleración general de los carros de todo estilo. Nada debe impedir el deseo de acortar la distancia, por eso hay que darle todas las posibilidades”, señaló al definir cuál era, a su criterio, el componente principal al definir una estrategia de crecimiento.
Dujarric mencionó que las calles existentes, de 17 metros de ancho, eran “más favorables que las de Buenos Aires”, y que nadie debía dudar que Bahía Blanca, con sus puertos y ferrocarriles, tenía un porvenir “sin igual”. “Ustedes tienen en un solo lugar elementos equivalentes a la fortuna de diez ciudades, el marco propicio para que se desarrollen todos los frutos de la industria humana”, refirió.
A partir de ese optimismo, alentó a “proyectar en grande,” y anticipó que en las ciudades del mañana la premisa sería “circular y vivir”, siendo clave anticiparse a cualquier crecimiento anárquico. “Sería un crimen, explicó, que, por falta de previsión, se negara a la ciudad futura la belleza que ahora costaría poco y que más tarde sería motivo de lamento”.
Los elementos
Dujarric destacó, también, la importancia de los espacios verdes, “los paseos”, a los que calificó de “objetos imprescindibles y de necesidad higiénica”. “Los parques y la estética edilicia son parte de la actividad comercial, como el arte lo es de lo útil”, graficó.
Expuso luego su propuesta, asegurando que la ciudad moderna “está definida, es muy sencilla y de concepción fácil”.
En su diseño, el centro desahogaba hacia todos lados por avenidas en forma de radios, las cuales cambiaban de aspecto según los barrios que unieran. “Para ir a los de lujo, generalmente al norte y al oeste, planteamos calles amplias con carriles centrales y veredas reducidas. Para llegar a los barrios industriales, al sur y al este, calzadas anchas. En los espacios de comercios y negocios, grandes veredas”, detalló.
Por eso, a su planteo general de tres grandes avenidas circulares de circunvalación –tomando como centro a la plaza Rivadavia-- sumaba “avenidas de unión, definidas por la línea de flexión suave, de aspecto hermoso”, todas con jardines centrales, que serían “la principal característica de la ciudad”. “Se concibe el encanto de ver un gran jardín circular de 20 kilómetros de desarrollo, uniendo al menos tres parques y generando una ciudad activa”, graficó, aspirando a la imaginación de sus oyentes al carecer de gráficos en 3D y otros artilugios a la hora de graficar una idea.
Los parques serían tres, de 400; 129 y 56 hectáreas, uno vecino al municipal (actual parque de Mayo, inaugurado en 1906), otro a lo largo del arroyo Napostá y otro al Maldonado. Reservaba tierras para el desarrollo industrial, otras para el “sport” y mantenía el trazado de manzanas.
Se planteaba, luego, el primer gran anillo circular, a unas 25 cuadras de la plaza, con su circunferencia a la altura del arroyo Maldonado: una avenida de 100 metros de ancho y 16 kilómetros de recorrido, envolviendo el micro y macro centro. El espacio entre esa primera avenida y la segunda quedaban unidas por varias avenidas diagonales, de 45 metros de ancho, sumando 12 kilómetros. La obra “gran cintura” era otra avenida circular, de 100 metros de ancho y 18 kilómetros de recorrido –a 30 cuadras de la plaza--; entre ella y la tercera cintura otro juego de diagonales, de 45 y 30 metros de ancho. Por último, el tercer anillo, otra avenida de 100 metros y de 35 kilómetros de recorrido –a 55 cuadras– unida a la anterior por diagonales de 35 metros de ancho.
Dujarric reconoció que “un plan tan amplio” necesitaría recursos “que no era de su incumbencia buscar” y, además, requería de una “realización especial”. No se trataba de una intervención que se podía terminar en una gestión municipal, ni en dos, ni en diez. Tenía que ser parte de una “política de estado” que no respondiera a cambios políticos. “París es el resultado de un proyecto que llevó más de un siglo, desde la revolución, pasando por Napoleón y hasta nuestros días”, graficó, asegurando que el plan general jamás se modificó, más allá de intervenciones menores, y mencionó que todos unieron sus esfuerzos para su realización. Para ello se había creado una “organización especial, independiente del gobierno de turno, autónoma, que reunía todos las cuestiones urbanas”, detalló.
Casi sobre la medianoche de aquella jornada de noviembre de hace 105 años, Dujarric cerró su exposición, reconociendo que había pensado en París cuando diseñó su idea para Bahía Blanca. “El tiempo marcará el éxito del alto pensamiento y la fe en el porvenir de los dirigentes”, mencionó.
Dujarric salió del Concejo Deliberante luego de los aplausos de rigor y de saludar a todos, para dirigirse al hotel de Londres, a pocos metros del palacio municipal. Llovía, las calles estaban alumbradas por unos pocos focos y el viento hacía de las suyas. Había dejados sus ideas y sus planos. Su propuesta dejaría su condición de idea.
La gran torre de París
Corría el año 1915 cuando Dujarric se unió con un ingeniero especialista en hormigón armado y elaboró el proyecto de la que hubiese sido, por lejos, la obra más alta jamás construida por el hombre.
Con una altura de dos mil metros, propuso erigir una torre de hormigón para servir a la defensa de París. De carácter militar, serviría para que los aviones despegaran a una altura adecuada para entrar en combate y permitiría ubicar la artillería antiaérea. Era un gran “campo de aviación vertical”, apenas vulnerables a los gases tóxicos, que contaba con una columna cónica y tres plataformas, a 600, 1300 y 1800 metros de altura, cada una circular, techo ondulado cónico y plataformas en voladizo de 150 metros, lo que daba diámetros de 357, 400 y 459 metros.
El centro de la torre y la base albergarían una planta de energía que generaría corriente para la iluminación y el funcionamiento de los motores auxiliares.